{"id":11417,"date":"1999-04-10T00:00:00","date_gmt":"1999-04-10T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11417"},"modified":"2012-08-11T19:04:35","modified_gmt":"2012-08-12T01:04:35","slug":"expedicion_de_reconocimiento_al_everest_1951","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/1999\/expedicion_de_reconocimiento_al_everest_1951\/","title":{"rendered":"Expedici\u00f3n de reconocimiento al Everest, 1951"},"content":{"rendered":"

EL PROYECTO<\/strong><\/p>\n

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\"\" Cuando en 1924 Norton y Sommervell casi llegaron a la cumbre del Everest, se creyó generalmente que la expedición siguiente, aprovechando las lecciones aprendidas, tendría las mayores probabilidades de alcanzar el éxito. Porque así como los grupos de 1922, intentando escalar los últimos 1,200 metros hasta la cumbre en un día, habían subestimado completamente las dificultades fisiológicas de la escalada a elevadas altitudes, así también parecía que el fracaso de la expedición de 1924 era debido a una causa sencilla y evitable. Aquel año los escaladores habían subido demasiado pronto y se vieron envueltos en una serie de luchas con las ventiscas de principio de primavera, que minaron sus fuerzas hasta tal punto, que cuando llegó el momento de lanzar los asaltos sobre la cumbre, estaban ya agotados. En 1933 confiábamos en que preservando cuidadosamente durante las etapas preliminares a los escaladores y a los sherpas elegidos para subir a lo alto, y por medio del empleo de tiendas confortables de doble tela en los campamentos 3 y 4, sería posible situar varios equipos sucesivos en un campamento por encima de los 8,230 metros con sus reservas de energía intactas, capaces de dominar los últimos 600 metros. <\/p>\n

Una vez más vimos que habíamos subestimado los recursos de nuestro contrincante. Las experiencias de las expediciones anteriores nos habían hecho suponer que a fines de mayo y a principios de junio habría un periodo de unas dos semanas de calma antes de que el monzón envolviese a la montaña en un manto de nieve. Además, no nos habíamos dado plena cuenta de hasta qué punto incluso una pequeña capa de nieve reciente sobre las rocas de la pirámide final las haría inaccesibles. Nuestras experiencias de la década 1930-1940 mostraron con demasiada claridad que no podía confiarse en semejante periodo de condiciones favorables inmediatamente antes del monzón. De hecho, no se presentó en ninguno de los tres años de aquella década en que se realizaron intentos. En 1933 tuvimos quizás una efímera probabilidad, pero tanto en 1936 como en 1938 el monzón se echó encima antes de que hubiéramos siquiera establecido el campamento en el Collado Norte. <\/p>\n

Aun ahora no podemos determinar las probabilidades que existen en un año dado de que se presente un monzón lo bastante tardío —o, como solíamos creer, «normal»— como para asegurar las condiciones favorables para alcanzar la cima. No podemos decir, con las pruebas que poseemos, si 1924 fue un año excepcional, que solamente vuelva a darse una o dos veces en una generación, o si en la década de 1920-1940 encontramos quizás un periodo limitado de estaciones desfavorables. Cualquiera que sea la respuesta, parece que el problema de alcanzar la cumbre del Everest por el Norte había quedado reducido a una cuestión vital. Tres veces los hombres habían subido hasta más de 8,500 metros sin la ayuda de aparatos de oxígeno; creíamos que la ascensión de los últimos 300 metros no sería más difícil que lo que ya se había conseguido subir, pero que sería lo bastante difícil como para exigir buen estado del tiempo y de la nieve; contando con esto, no parecía haber razón alguna para fracasar, pero sin esto no se conseguiría el triunfo. De haber sido posible, la solución obvia hubiera sido enviar un pequeño equipo cada año hasta encontrar las condiciones óptimas. No habría faltado personal, y el pequeño gasto hubiérase justificado ampliamente con investigaciones fisiológicas y de otras ciencias. Por desgracia, no pudo obtenerse permiso del Gobierno tibetano para realizarlo. <\/p>\n

El intento de escalar el Monte Everest, que alguna vez fue una aventura inspirada, se había convertido en poco más que una jugada de suerte. Para superar esta lamentable situación habíamos comenzado, ya desde 1935, a considerar la posibilidad de hallar una ruta de aproximación alternativa que presentara un problema de distinta clase, no tan completamente dependiente de la fecha del monzón, para alcanzar el éxito. <\/p>\n

Desde las montañas que se alzan encima del glaciar Kangshung, al sureste, habíamos visto la cresta que sube hasta la cumbre desde la depresión (el «Collado Sur») existente entre el Everest y el Lhotse. Esta cresta presentaba una ruta mucho más fácil para subir a la pirámide final que la de las traidoras lajas de la cara norte. Era ancha y no tan pendiente, y además la inclinación de los estratos favorecería al escalador. ¿Pero existía algún medio de llegar al Collado Sur? Habíamos visto que el lado oriental era impracticable. El lado occidental del collado era terreno desconocido. <\/p>\n

La Expedición de Reconocimiento de 1921 había descubierto en líneas generales la geografía del lado sureste del Monte Everest. Los tres grandes picos del macizo, Everest, Lhotse (pico Sur) y Nuptse (pico Oeste), junto con las elevadas paredes que los unían, circundaban un valle que Mallory designó con el nombre de Cwm occidental. (Mallory había escalado mucho en el norte de Gales y por esta razón empleó la forma galesa de la palabra «combe») [En inglés, valle. Se pronuncia "cum". D. del T.] Cualquier ruta de aproximación al Collado Sur debía subir por este escondido valle, que ocultaba todo el aspecto sur del Monte Everest. <\/p>\n

En la Expedición de Reconocimiento de 1935, en la que, sin intención de escalar el Everest, tuvimos ancho campo para dedicarnos a exploraciones, nuestro programa incluyó un intento de hallar una ruta al Cwm occidental desde el norte. Desde Lho La, en la cabecera del glaciar Rongbuk, y también desde un alto paso en la divisoria principal más al oeste, donde acampamos durante dos noches, tuvimos vistas de cerca de la entrada al Cwm, un estrecho desfiladero flanqueado al sur por una gran ladera del Nuptse y al norte por el saliente occidental del Everest. Entre estas dos elevadas jambas, el glaciar del Cwm se precipitaba en una enorme cascada glaciar, una catarata impetuosa de bloques de hielo, de una altura de 600 metros. La parte superior del Cwm quedaba oculta a la vista por una curva del valle hacia el norte, de manera que no podíamos ver ni el collado ni la cara sur del Everest; tampoco pudimos hallar una ruta practicable por los precipicios del lado sur de la divisoria, que nos hubiera permitido llegar al pie de la cascada de hielo. <\/p>\n

Así, pues, la posibilidad de hallar una ruta alternativa al Monte Everest desde el suroeste no pudo ponerse a prueba, porque el único camino para aproximarse a la montaña por aquel lado era a través de los valles de Solo Khumbu, en el Nepal. Este país había estado prohibido durante mucho tiempo a los viajeros occidentales y en aquellos días no había posibilidades de obtener permiso del Gobierno del Nepal para enviar una expedición a aquella zona. Sin embargo, después de la guerra de 1939-45, el gobierno nepalés comenzó a suavizar su política de exclusión rígida, y desde 1947 en adelante se permitió a varias expediciones montañeras y científicas —americanas, francesas y británicas— visitar determinadas regiones del Himalaya nepalés. En el año de 1950, el Dr. Charles Houston y su padre, junto con H. W. Tilman, recorrieron los valles superiores del distrito del Khombu. Houston y Tilman pasaron un día explorando el glaciar que vierte hacia el sur desde el Lho La, pero no tuvieron tiempo de llegar hasta la cascada de hielo. <\/p>\n

En mayo de 1951, Michael Ward propuso al Comité del Himalaya (comité conjunto de la Real Sociedad Geográfica y el Club Alpino, que ha organizado todas las anteriores expediciones al Everest) que se solicitase permiso para que una expedición británica fuera al Everest aquel otoño. Su propuesta fue enérgicamente apoyada por Campbell Secord y W. H. Murray; se solicitó la autorización oficial, y presumiendo que se conseguiría, Murray comenzó el trabajo preliminar de organizar la expedición. Yo estaba entonces en China, y cuando llegué a Inglaterra a mediados de junio no tenía idea de lo que se estaba preparando; es más, nada más lejos de mis pensamientos que tomar parte en una expedición al Himalaya. Cuando llevaba en Inglaterra unos diez días, fui a Londres y visité a Secord, que me dijo: "¿Ah, ya estás de vuelta? ¿Qué vas a hacer ahora?" Le dije que no tenía ningún plan, a lo cual replicó: "Bien, mejor harías en dirigir esta expedición". Yo inquirí: "¿Qué expedición?", y entonces me explicó lo que había. <\/p>\n

Al principio no me tomé muy en serio la sugerencia, porque parecía que, debido a recientes disturbios políticos en el Nepal, era improbable que dieran permiso para una expedición. Pero al cabo de pocos días el Comité supo que, por cortesía del Gobierno del Nepal y por los buenos oficios de Mr. Christopher Summerhayes, embajador británico en Katmandú, se había concedido permiso para la expedición. Me resultó muy difícil tomar la decisión de unirme a ella. Habiendo salido hacía tan poco tiempo de la China comunista, era para mí una pura delicia la libertad de Inglaterra y la ausencia de recelos, odios y temores, y el verano inglés, una rara y codiciada experiencia. Aunque me fue duro, tuve que dejar todo esto y a mi familia casi inmediatamente. Además, había estado ausente durante tanto tiempo del mundo del montañismo que dudaba del valor que yo podía tener para la expedición. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" Por otra parte, durante veinte años, desde que conocía por primera vez a los sherpas, había deseado por encima de todo visitar su país de Sola Khombu, por el cual habría de pasar la expedición y del que tanto oyera hablar a los sherpas; es más, durante nuestros viajes juntos en otras partes del Himalaya y el Asia Central, siempre que llegábamos a un lugar especialmente atractivo, invariablemente decían: "Esto es idéntico a Sola Khombu", y la comparación siempre los llevaba a un largo y nostálgico discurso acerca de su patria chica. Sólo se necesitaba una mirada inteligente al mapa y un poco de imaginación para comprender que sus alabanzas no eran exageradas; además, habíamos visto los altos valles del Khombu desde los picos al oeste del Everest. Casi desconocido para mí, para los viajeros occidentales, se había convertido, al menos para mí, en una especia de Meca, el objetivo final en la exploración del Himalaya. Así fue como últimamente decidí aceptar la invitación para dirigir la expedición. <\/p>\n

La posibilidad de hallar una nueva ruta de aproximación a la cumbre del Everest donde el suroeste había tomado una nueva significación para los montañeros de todo el mundo desde la inminente "liberación" del Tibet por los ejércitos de la China comunista había hecho inaccesible para los ciudadanos de los países occidentales la antigua línea de aproximación. Sin embargo, era muy improbable que tal alternativa existiera. Ningún montañero experimentado puede ser optimista sobre las probabilidades de hallar una ruta para subir a cualquier gran pico del Himalaya. La enorme escala a que están construidos estos gigantes aumenta grandemente la probabilidad de que el escalador se enfrente con problemas insolubles: una pared inaccesible, laderas dominadas por glaciares colgantes o "couloirs", barridos por aludes. Además, su capacidad se ve considerablemente reducida; el hecho de tener que transportar pesadas cargas a mucha distancia por la montaña para establecer los campamentos, los trastornos físicos producidos por la altitud, las desastrosas consecuencias que amenazan por el mal tiempo, éstos son algunos de los factores que generalmente hacen imposible para el montañero aceptar el desafío de una cresta o cara difícil, o comprometerse a una escalada de muchas horas realmente dura. Cuando, como en este caso, la busca de una ruta se limita a un determinado sector de la montaña, las probabilidades de encontrar una que sea practicable disminuyen aún más. <\/p>\n

Todo lo que sabíamos de la cara sur del Monte Everest y de la ladera occidental del collado Sur era que para aproximarse a ellas era preciso subir por una formidable cascada de hielo y pasar por un estrecho desfiladero, probablemente amenazado por aludes de hielo procedentes de los glaciares suspendidos de los inmensos precipicios que había encima. Al otro lado del desfiladero estaba el desconocido Cwm, cuya pared circundante sur, la muralla de 7,600 metros de altura que une el Lhotse con el Nuptse, lo tapaba todo, menos la propia cúspide del Everest desde el sur. Calculábamos que el suelo del Cwm estaba a unos 6,400 metros de altura, casi 1,500 metros más bajo que el Collado Sur. Por el hecho de que a lo largo de toda la cordillera, las montañas son mucho más pendientes por la vertiente sur de la divisoria que por el lado norte, deducíamos que las laderas por debajo del collado no serían fáciles. Eso era todo lo que podíamos suponer. No se presentaba un cuadro en el que pudiéramos depositar grandes esperanzas. Pero el Cwm occidental era una rareza de la arquitectura de las montañas y no se podía saber lo que encontraríamos allí. Consideré que las probabilidades de hallar una ruta practicable serían de una contra treinta aproximadamente. <\/p>\n

Estaba claro que la expedición sólo podía ser un reconocimiento; además, el tiempo y el dinero de que disponíamos no bastaban para organizar un intento de escalar la montaña. Si a pesar de las escasas probabilidades encontrábamos una ruta posible, esperábamos naturalmente enviar una nueva expedición en la primavera siguiente para realizar el intento, porque todavía creíamos que, a pesar de sus muchos inconvenientes, la primavera era la única época del año para atacar la montaña. Se habían presentado argumentos a favor de realizar un intento a fines de otoño, es decir, después del monzón en lugar de antes. Que yo sepa, esta idea no mereció el apoyo de nadie que hubiera subido a considerable altura en la montaña, pero tampoco se había puesto nunca a prueba. Había muchas teorías contradictorias acerca del tiempo uy el estado de la nieve, que podía espesarse en otoño; sin embargo, había pocas pruebas sobre las que basar estas teorías, y las que existían, parecían igualmente contradictorias. Visitando la montaña después del monzón, esperábamos dar respuesta a algunas de estas interrogantes. <\/p>\n

Los preparativos para la expedición hubieron de hacerse a toda prisa. Estábamos ya en julio antes de que me hubiera decidido a ir, y los víveres y equipos debían estar listos para embarcar para la India a finales del mismo mes. Antes de la guerra, solía jactarme de que podía organizar una expedición al Himalaya en quince días, pero las cosas habían cambiado desde entonces. Había escasez de materiales necesarios para los equipos, tales como plumón para los sacos de dormir, tejido impenetrable al viento y cuerdas, y las casas fabricantes estaban ocupadas con pedidos que tenían preferencia. Mientras que antes de la guerra era posible obtener pasajes y espacio para carga con muy poca antelación en cualquiera de los varios buques que salían para la India todas las semanas, especialmente fuera de la temporada de mayor afluencia de viajeros, que era cuando nosotros viajábamos generalmente, ahora las salidas eran poco frecuentes y los buques iban siempre llenos. Parecía que todo el mundo con quien teníamos que tratar estaba de vacaciones. El problema de allegar fondos para financiar la expedición había de ser resuelta rápidamente. Fue un mes de ajetreo y confusión, y hubo poco tiempo para disfrutar el verano en los bosques de mi patria. Afortunadamente, Bill Murray había hecho ya gran parte del trabajo fundamental, y Campbell Secord nos dejó utilizar su casa de Carlton Mews como depósito de víveres y equipos, a medida que éstos se iban acumulando. Esto fue muy duro para su mujer, porque la casa se convirtió en una especie de oficina general y la señora Secord tuvo que soportar lo peor de las interminables llamadas telefónicas de la prensa, suministradores de equipo, aspirantes a una plaza en la expedición, inventores de helicópteros y aparatos de radio portátiles, maniáticos de alimentos especiales, prestamistas y miembros de la expedición. Me acuerdo sobremanera del día antes fijado para enviar nuestra impedimenta al muelle: no se había embalado nada y estábamos todavía comprometidos, sin esperanzas de solución, en otros asuntos tales como organizar el traslado desde el aeródromo a los muelles del equipo encargado al extranjero. Lancé un S.O.S al W.V.S. [Women’s Voluntary Service, Servicio Voluntario Femenino. N. del T.] para ver si podían enviar a alguien que se ocupara de embalar por nosotros. Respondieron con prontitud y trabajaron con tal eficacia, que antes de la noche ya estaba todo embalado y anotado. <\/p>\n

El grupo había de componerse en principio de Bill Murray, Michael Ward, Tom Bourdillon y Alfred Tissières, uno de los mejores escaladores suizos, que por aquel entonces estaba realizando trabajos de investigación en Cambridge. También se esperaba que Campbell Secord podría unirse al grupo. En sus orígenes, era un grupo puramente particular y, como ya había dicho, la iniciativa se debió a Ward, Murray y Secord. Desgraciadamente, al final ni Tissières ni Secord pudieron acompañar a la expedición. Cuando se me invitó a hacerme cargo de la dirección, estipulé que el Comité del Himalaya debería asumir completa responsabilidad en cuanto a la financiación y a todo lo relacionado con la prensa. Los motivos que tenía para obrar así eran que, si bien las expediciones particulares tienen mucho en su favor, las expediciones al Everest despiertan un interés público completamente desproporcionado, de tal forma que la publicidad requiere una mano firme para controlarla. El Comité del Himalaya suscribió un contrato con el Times para la publicación y sindicación en el extranjero de los artículos y despachos oficiales que trataran de la expedición. Por medio de este generoso contrato, el Times proporcionó la mayor parte de los fondos de la expedición. <\/p>\n

Murray y Ward embarcaron en Tilbury el 2 de agosto de 1951, llevando con ellos todos los víveres y equipo, y llegaron a Bombay el 18. Bourdillon y yo fuimos en avión a Delhi, llegando allí el 19 de agosto. Dos días antes de que yo saliera de Londres se recibió un cable del presidente del Club Alpino Neozelandés preguntando si dos miembros de la expedición neozelandesa que estaba escalando en el Himalaya Garhwal aquel verano, podrían acompañar al grupo. También recibí una petición del Servicio Geológico y Topográfico de la India para incorporar uno de sus funcionarios, el doctor Dutt, a la expedición, y acepté complacido estas proposiciones. <\/p>\n<\/div>\n

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LA MARCHA, I<\/strong><\/p>\n

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\"\" Desde la India hay cuatro caminos para llegar a Namche Bazar, el pueblo principal del distrito del Khombu, donde nos proponíamos establecer nuestra base. La ruta de Darjeeling, empleada generalmente por los sherpas, es larga y muy difícil durante el monzón. La ruta de Katmandu, aunque más fácil, es también bastante larga, y el costo en tiempo y dinero para transportar una gran cantidad de impedimenta desde la India hasta la capital nepalí sería elevado. El camino más rápido con mucha diferencia es desde Jainagar, estación terminal del ferrocarril al norte de Darbahanga. Pero se nos informó que sería imposible llegar de allí a las estribaciones de la cordillera por camión durante las lluvias, y además la marcha por el país cálido y pantanoso sería muy desagradable. Así pues, decidimos hacer el viaje desde Jogbani, otra estación terminal de ferrocarril en el norte de Bihar, más al este. El grupo de Houston había seguido esta ruta el año anterior después de terminar el monzón y consiguieron llegar a Namche en quince días desde Jogbani. <\/p>\n

Bourdillon y yo llegamos a Jogbani poco antes de medianoche del 24 de agosto. En la estación nos esperaba un jeep de la fábrica de tejidos de yute de Biratnagar. Llovía mucho y, a juzgar por lo empapado que estaba el terreno alrededor de la pequeña estación, parecía que había estado lloviendo durante semanas enteras. En la carretera veíase tal cantidad de barro, que tardamos una hora en llegar hasta la casa de Mr. Law, el ingeniero jefe de la fábrica, a menos de dos kilómetros. En este viaje cruzamos la frontera, penetrando en territorio nepalí. El señor y la señora Law con Murray y Ward, que habían llegado dos días antes, nos estaban esperando, y nos dispensaron una maravillosa acogida en este hogar escocés. Al día siguiente llegó el coronel Proud, primer secretario de la Embajada Británica en Katmandu. Le enviaba el embajador para ayudarnos y acompañarnos hasta Dhankuta, y su ayuda nos fue valiosísima. Había traído con él al teniente Chandra Bahadur, oficial del ejército nepalí, cuyos servicios fueron amablemente cedidos a la expedición. <\/p>\n

El día 25 llegó también Angtarkay de Darjeeling. Es un antiguo amigo mío. Habíamos estado juntos ocho expediciones al Himalaya antes de la guerra, y siempre lo he considerado como un hombre de carácter y facultades notables. Durante los últimos años había montado un negocio en Darjeeling a base de organizar excursiones en Sikkim para los visitantes. Pero todavía formaba parte en las expediciones importantes, aunque ahora lo hacía como sirdar o capataz. Estuvo en la expedición francesa al Annapurna y subió hasta el campamento más alto. LE pedí que se dirigiera a Jogbani para ayudarnos en la cuestión del transporte hasta Namche y después, por supuesto, para el trabajo en la montaña. No le había visto desde 1939, cuando no era más que un simple porteador sherpa, aunque famoso, cobrando la misma paga que los otros y llevando la misma carga. Ahora había mejorado de situación y yo temía que hubiera cambiado, porque el éxito tiende a estropear a estas sencillas gentes por lo menos tanto como a las más cultivadas. Se había cortado la hermosa coleta que solía llevar y su atuendo era lamentablemente elegante; pero me vi gratamente sorprendido al encontrar en él la misma tímida reticencia y el mismo humor tranquilo que recordaba tan bien. No se veían señales de disipación y no parecía más viejo; es más, había cambiado muy poco en los últimos doce años. Era curioso que, a pesar de su continuo contacto con europeos, no hubiera aprendido prácticamente nada de inglés. <\/p>\n

Angtarkay había traído consigo a Darjeeling a doce sherpas, incluyendo una mujer. Todos estaban ya de camino hacia Sola Khombu y esperaban "pagarse el pasaje" con nosotros. Contratamos a cuatro de ellos por la duración de la expedición y convinimos en emplear a los demás en la marcha con los mismos jornales que dábamos a los porteadores locales. <\/p>\n

La etapa siguiente de nuestro viaje fue un recorrido de cuarenta y ocho kilómetros en camión hasta Dharan, al pie de las montañas. Nos dijeron que con toda la lluvia que caía, la carretera estaría intransitable y que tendríamos que esperar a que aclarase el tiempo. Estas noticias eran deprimentes, porque no parecía haber ninguna razón para que dejase de llover nunca, aunque Mr. Law nos aseguró que cesaría. Entretanto, estábamos ocupados clasificando víveres y equipos y embalándolos en bultos de veintisiete kilos para la marcha. El señor y la señora Law fueron muy amables y nos ayudaron de muchas maneras, desde procurarnos suministros de petróleo hasta coser botones y remendar calcetines. Otra amistad muy agradable que hicimos fue la de Mr. B. O. Koirala, ministro del Interior del Gobierno del Nepal, y la de Mr. J. M. Shrinagest, el asesor político indio, que iban a efectuar una excursión por el Nepal oriental. <\/p>\n

En la noche del 26 de agosto cesó de llover y a la mañana siguiente un sol aguado brilló a través de las nubes. Salimos a las 2:30 de la tarde en nuestro camión alquilado. En Biratnagar, a tres kilómetros de distancia, hubo una parada de una hora mientras el conductor tomaba gasolina y ponía remiendos al motor. El camión fue asediado por gentes que querían trasladarse a Dharan, y cuando salimos, estaba ya excesivamente cargado. La carretera aparecía en un estado deplorable. Cada poco trecho, el vehículo se paraba entre el profundo barranco, y cada vez que esto ocurría, teníamos, primero, que cavar trincheras para liberar las ruedas y luego colocar haces de hierba y corteza de yute en el barro. Tardamos más de dos horas en recorrer los primeros diez kilómetros. Sin embargo, aunque de nuevo comenzó a llover intensamente, la situación mejoró a medida que nos acercábamos a las montañas. Llegamos a Dharan de noche cerrada, encontramos alojamiento en una casa vacía y, tras una larga búsqueda, al fin nos procuramos una comida en el bazar. <\/p>\n

A la mañana siguiente, reclutamos coolies para la primera parte de la marcha. Vimos que la costumbre local era pagar a los coolies a tanto por "seer" (900 gramos) por etapa. Los hombres, por tanto, preferían llevar cargas de 36 kilos en lugar de 27, y tuvimos que volver a distribuir todo nuestro bagaje tan cuidadosamente preparado. Mientras estábamos en esto, llegó un muchacho y nos preguntó si podría ser contratado como "medio coolie". Esto divirtió a los sherpas, y le dimos una caja que pesaba 18 kilos. La llevó tan bien, que más tarde llegué a lamentar que todos nuestros porteadores no fueran muchachos. <\/p>\n

Estos asuntos nos ocuparon toda la mañana y eran las dos de la tarde cuando iniciamos la primera marcha. Al cabo de tres kilómetros llegamos al pie de las montañas. Aquí, como en otras partes a todo lo largo del Himalaya, aquellas se elevaban bruscamente de las llanuras unos 1,500 metros hasta las cumbres de la primera sierra. Andábamos con las sombrillas abiertas, porque al fin lucía el sol y hacía mucho calor; pero al cabo de un par de horas, habíamos ya subido hasta entrar en nubes bajas, donde el aire era deliciosamente puro y fresco. Pasamos la noche en una aldea al pie de la primera sierra y reanudamos la marcha al amanecer del 29 de agosto. Había llovido intensamente durante toda la noche, pero después aclaró, y al cruzar la sierra pudimos contemplar los macizos del Everest y Makalu a 120 kilómetros, brillando por un desgarrón de las nubes de lluvia. Desde el puerto descendimos 1,000 metros hasta el río Tamur y luego volvimos a subir a una altura similar por el otro lado del valle hasta Dhanjuta, donde nos proporcionaron una diminuta casa de descanso en un agradable pinar. A la mañana siguiente, el coronel Proud partió en su viaje de regreso a Jogbani y de allí a Katmandu. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" Aunque habíamos recorrido considerable distancia, aquellas dos primeras marchas resultaron muy fáciles. El sendero era ancho y bien construido, los porteadores marcharon bien y no llovió durante el día. Hasta entonces, no habíamos sufrido nada de la exasperación ni de las fatigas del viaje por las estribaciones del Himalaya en pleno monzón; pero pronto empezaron a sospechar que no todo iba a ser tan fácil. Confiábamos en persuadir a los coolies de Dharan a que se quedasen con nosotros, para poder continuar la marcha al día siguiente, pero se negaron e insistieron en que les liquidásemos la cuenta. Lo peor fue que tuvimos las mayores dificultades para reclutar nuevos porteadores. Enviábamos a los sherpas al bazar y el Bara Hakim (gobernador local) mandó peones a los pueblos lejanos para contratar hombres. Unos pocos llegaron y accedieron a ir con nosotros, pero al ver que no estábamos listos para partir, se desanimaron y se marcharon. Después de ocurrir esto varias veces, la situación comenzó a parecer desesperada. Cuando llevábamos en Dhankuta cuarenta y ocho horas, llegamos a creer que nunca podríamos ponernos en marcha nuevamente. Las autoridades locales nos dieron varias explicaciones, plausibles, pero inútiles, acerca de la falta de coolies: que se había establecido en las cercanías un gran campamento militar y se necesitaban todos los coolies para trabajar en él; que a causa de los recientes disturbios en el país, los aldeanos temían separarse mucho de sus aldeas; que debido a lo tardío de las lluvias, el trabajo de la tierra estaba retrasado, y la demanda de mano de obra era mucho mayor que de costumbre; que nadie viajaba nunca lejos durante el monzón, si podía evitarlo. Recordando todo esto, yo diría que la última explicación era la más convincente. <\/p>\n

Era más curioso que apenas podíamos obtener información alguna acerca de la ruta que teníamos que recorrer, y ninguna de las que obteníamos era de fiar. Decidimos que un lugar llamado Dingla sería nuestro próximo objetivo. El país que había más allá era, localmente, mera leyenda. Cada persona a quien preguntábamos tenía opinión distinta acerca de cómo debíamos ir a Dingla, mientras que los cálculos del tiempo que tardaríamos variaban entre un día y una semana. <\/p>\n

Es notable lo que suele ocurrir en estas ocasiones, cuando la situación parece más desesperada, que de pronto se solucionan las cosas por sí solas. Hacia el mediodía del 1º de septiembre nos encontramos de repente con que había no menos de diecisiete coolies que estaban dispuestos, aunque no de muy buena gana, a tratar. Necesitábamos veinticinco, pero Angtarkay insistió en que partiéramos inmediatamente con los diecisiete antes de que tuvieran tiempo de cambiar de opinión, y él seguiría con los ocho restantes cuando pudiera contratarlos. Yo no quería dividir el grupo tan al principio, pero era, desde luego, la mejor solución a seguir. Además, la noticia de que la expedición continuaba su marcha tendría ciertamente un rápido efecto psicológico sobre los porteadores locales, que inmediatamente empezarían a pensar que iban a perder una buena ocasión. <\/p>\n

Antes de salir, fuimos a despedirnos del Bara Hakim y a darle las gracias por su ayuda y hospitalidad. Acababa de recibir un mensaje de Jogbani anunciando que los dos neozelandeses, E. P. Hillary y H. E. Riddford, habían llegado allí. Estas noticias eran buenas, porque hasta entonces no sabíamos nada de sus andanzas. Contestamos con otros mensajes y comenzamos la marcha. Por la noche llegamos a una sierra de unos 1,800 metros de altura, que dominaba la vasta cuenca del río Arun, y pasamos la noche en la aldea de Paribas. Angtarkay llegó temprano a la mañana siguiente. Como esperábamos, no había tenido dificultad alguna, después de marchar nosotros, para reclutar los ocho porteadores restantes. Nuestra marcha de aquel día nos llevó a 1,500 metros más abajo, a las riberas del Arun. <\/p>\n

Al amanecer del 3 de septiembre caminamos a lo largo de una ancha ladera hasta llegar a un lugar llamado Legua Gat, donde hay un transbordador primitivo. Una ligera niebla baja cubría el gran río, pero comenzó a disiparse en cuanto salió el sol, y pudimos ver a lo lejos, por encima del valle, el brillo de los picos nevados. El transbordador consistía en un tronco de árbol ahuecado a manera de tosca canoa. Tenía una tripulación de tres hombres, dos remeros a proa y un timonel a popa, y podía transportar siete pasajeros de una vez, o el peso equivalente de bagaje. Tan pronto como la embarcación se alejó de la orilla, fue arrastrada por la corriente a velocidad alarmante. Los remeros luchaban desesperadamente para hacer cruzar el río a la frágil embarcación con la mínima pérdida de distancia, porque después de cada viaje tenía que ser remolcada laboriosamente desde la orilla hasta el punto de partida. El río tenía unos 300 metros de ancho, y aunque no había rápidos hasta un kilómetro y medio aguas abajo, lo cual permitía un considerable margen de error, la operación requería gran habilidad. Tardamos desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde en completar los diez viajes necesarios para transportarnos a nosotros, a nuestros coolies y los bagajes a través del río. <\/p>\n

Estábamos ahora cerca de 300 metros sobre el nivel del mar, y cuando reanudamos la marcha aquella tarde el calor era intenso. No había sendero alguno claramente marcado a través de las grandes laderas del valle cubiertas de bosque. Caminábamos por abruptos barrancos de roca a lo largo de una serie de pequeñas pistas que, bifurcándose y entrecruzándose, unían las aldeas diseminadas por el monte. Con frecuencia las pistas estaban tan borrosas, que las perdíamos. Los porteadores, llevando cargas de 36 kilos, iban muy despacio; pero aún así, sus velocidades eran muy variables y resultaba imposible mantenerlos agrupados. Con la diversidad de pistas pronto perdimos contacto con algunos sectores del grupo. Al anochecer del 3 de septiembre llegamos a una aldea llamada Komaltar. Aunque solamente estaba a 7.2 kilómetros en línea recta del transbordador, habíamos tardado casi cinco horas en recorrer la distancia. Nueve de los porteadores locales vivaquearon en el lecho de un torrente a 800 metros de la aldea y llegaron a la mañana siguiente. El resto no apareció y, después de enviar a buscarlos, sin resultado, supusimos que habrían tomado un camino diferente. Llegaron a Dingla más de un día después que nosotros. <\/p>\n<\/div>\n

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LA MARCHA, II<\/strong><\/p>\n

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Durante 11 o 12 kilómetros nos mantuvimos bastante cerca de las riberas del Arun, siguiendo algunas veces un trozo de playa. La selva tropical y la densa maleza, las langostas, mariposas y otros insectos de brillantes colores, eran característicos de los profundos valles del Himalaya oriental. Llevábamos solamente calzón corto y sandalias, con sombrillas para proteger nuestras cabezas del sol. Siempre que llegábamos a un remanso seguro, solíamos meternos en el agua inmediatamente y permanecer sentados allí durante unos momentos. El agua estaba deliciosamente fresca, aunque el efecto refrescante no duraba mucho. Hasta los sherpas, que temen el agua y que normalmente nunca se bañan, comenzaron, primero tímidamente y luego con gran entusiasmo, a imitarnos; todos excepto la pobre Lhakpa, la mujer, que nos miraba con envidia. <\/p>\n

Por la tarde del 4 de septiembre subimos 900 metros por una región amena hasta un grupo de aldeas llamado Phalikot, y el día 5, tras una marcha relativamente breve, llegamos a Dingla, que es un pueblo grande y diseminado, encaramado entre bosques y campos en terrazas sobre una alta sierra desde la que se dominan amplios panoramas de la cuenca del Arun y, cuando el tiempo está claro, de las grandes sierras nevadas del norte. <\/p>\n

\"\" En Dingla tuvimos de nuevo gran dificultad para reclutar porteadores. Los hombres de Dhankuta habían sido contratados hasta Dingla y se negaban a seguir adelante, lo que nos retrasó cuatro días. El 8 de septiembre llegaron Hillary y Riddiford, y entonces necesitamos cuarenta coolies locales, porque además de la impedimenta que habían traído los neozelandeses, habíamos comprado cierta cantidad de arroz y harina por si hubiera escasez de estos productos en las regiones de más allá. Por fin, la tarde del 9, después de largas y exasperantes negociaciones, llegamos a contratar los hombres necesarios. Les dimos una paga adelantada y prometieron estar listos para partir poco después del amanecer del día siguiente. Pero a la mañana siguiente llovía mucho y no se presentaron hasta el mediodía. Sin embargo, al cabo de un par de horas de tumulto y confusión, conseguimos distribuirles las cargas y ponerlos en marcha. <\/p>\n

Nuestro objetivo próximo era el Salpa Bhanjyang, un paso de 3,650 metros hacia el noroeste, que comunicaba la cuenca del Arun con la del Hongu Kola. La ruta directa era impracticable debido a algunos torrentes de montaña que bajaban desbordados y habían arrastrado los puentes que los cruzaban. Esto significaba que teníamos que dar un gran rodeo hacia el suroeste para llegar a lo alto de la línea divisoria, que seguimos luego hasta el puerto. La desviación nos costó varios días más de marcha, y resultó muy molesto descubrir que, si lo hubiéramos sabido antes, podríamos haber llegado a la divisoria mucho más pronto marchando directamente hacia ella desde Dhankuta vía Bojhpur. <\/p>\n

El 10 de septiembre proseguimos nuestro camino por el sendero que conduce a Bojhpur. Era fácil y bastante llano, pero habíamos salido tan tarde y los porteadores iban tan despacio, que al anochecer solamente llegamos al pueblo de Phaldobala, a 6.4 kilómetros de distancia. A la mañana siguiente, los porteadores se negaron a continuar, diciendo que sus cargas eran demasiado pesadas. Con arreglo a la costumbre local, los habíamos contratado a base del peso a transportar, y por esta razón ellos prefirieron al principio llevar 36 kilos en lugar de 27. Esto significaba que teníamos que distribuir nuevamente todas las cargas y también reclutar más porteadores para llevar el exceso. Estas operaciones, que la lluvia no facilitaba mucho, nos ocuparon todo aquel día. <\/p>\n

En la marcha a Dingla, había llovido principalmente durante la noche y los días fueron buenos. Este feliz arreglo no podía esperarse que durara, y ahora llovía durante la mayor parte del día. Salimos de nuevo la mañana del día 12 y ascendimos hasta la cresta de la alta y estrecha sierra que formaba la divisoria del agua. Durante tres días caminamos lentamente a lo largo de la misma dirección norte, sin poder ver nada a nuestro alrededor, debido a periodos alternos de fuerte lluvia y de niebla escocesa que nos empapaba igualmente. Al cabo de algún tiempo perdimos todo sentido de dirección y de distancia; era una sensación curiosa la que se experimentaba al seguir a ciegas aquella estrecha cresta, con el terreno a ambos lados cayendo en fuerte pendiente hacia las profundidades silenciosas cubiertas de bosque, mientras que hacia delante iban asomando, uno tras otro, picos de roca. La maleza estaba infestada de sanguijuelas; en una sola ramita podía verse una docena de estos bichos, rígidos y erectos, como un manojo de palitos negros, prontos a pegarse a nuestras piernas y brazos y ropa, según pasábamos rozando las plantas. <\/p>\n

El camino consistía en una serie continuada de las largas pendientes subidas y bajadas. Era un trabajo muy duro para los porteadores, porque las pistas estaban resbaladizas con el barro y escurrían constantemente, perdiendo el equilibrio bajo el peso de las cargas empapadas que se balanceaban de un lado a otro. Pasamos las noches en chozas de pastores, la mayoría desiertas, que había diseminadas a lo largo de la sierra. Nos protegían de la lluvia, y los fuegos que encendíamos dentro ahuyentaban a las sanguijuelas. Sin estas chozas, nuestro sino hubiera sido bastante peor. Una tarde, al ponerse el sol, las nieblas descendieron por debajo de la sierra, y durante un rato vimos, a través de un ancho golfo de nubes, la gran sucesión de picos cubiertos de hielo. <\/p>\n

En el Salpa Bhanjyang, adonde llegamos la mañana del 15, tomamos el camino empleado por los sherpas que viajan entre Khombu y Darjeeling. Angtarkay me dijo que cuando estuvo allí la última vez, en diciembre de 1947, había tanta nieve que tardó tres días en cruzarlo y que varios sherpas habían muerto al intentarlo. Era una gran ayuda contar al fin con alguien del grupo que supiera el camino. Desde el puerto descendimos en fuerte pendiente 2,100 metros hasta llegar al Hongu Kola. En el pueblo de Bung, al otro lado del valle, nos informaron de que el puente sobre el próximo gran río, el Inukhu Khola, había sido arrastrado por las aguas, y tuvimos que elegir entre dar un rodeo de tres días por el sur o construir otro puente nosotros mismos, decidiéndonos por esta última tentativa. <\/p>\n

Desde Bung cruzamos otro puerto a unos 3,230 metros de altura y llegamos a Khiraunle, que está a unos 300 metros por encima del Inukhu Khola. Allí nos dijeron que varios pueblos de los alrededores habían sido atacados por una epidemia de una enfermedad virulenta que mataba a sus víctimas en cuatro días. Por la descripción de los síntomas, parecía probable que se tratara de la peste bubónica. Había un pueblo enfrente, al otro lado del valle, en el que habían muerto cincuenta personas durante la última quincena. La garganta que nos separaba de él era tan estrecha que, aunque el lugar estaba casi a un día de marcha, podíamos ver a simple vista a al gente moviéndose de un lado para otro. Observamos sus movimientos con prismáticos y vimos que estaban ocupados en alguna actividad que los sherpas dijeron que eran ceremonias de enterramiento. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" Pero el pueblo de Khiraunle también nos dieron noticias menos deprimentes. Las gentes del lugar estaban ocupadas en construir un puente provisional sobre el Inukhu Khola para sustituir al que había sido arrastrado, y este nuevo estaría terminado para la mañana siguiente. Aquel día fue el peor para la marcha. Una fuerte lluvia caía continuamente, y había que abrir camino en la densa maleza para que los porteadores pudieran bajar por las empinadas laderas de la garganta, hasta el punto donde estaban construyendo el nuevo puente. Este punto estaba solamente a unos cientos de metros aguas abajo del puente viejo, pero la distancia intermedia era infranqueable a lo largo del río. La nueva estructura, muy frágil, estaba construida en dos secciones, cada una de las cuales salvaba una formidable catarata y unía una orilla del río con una isla central. Cada sección se componía de dos ligeros troncos de árbol, atados con bejucos, y de una barandilla de bambú que no hubiera resistido una presión de cinco kilos. El río subía de nivel rápidamente, y antes de que nadie pasara, las olas salpicaban sobre los maderos. Poco tiempo después ambas secciones del puente eran arrastradas por la corriente, dejando las barandillas de bambú agitándose entre la espuma. <\/p>\n

Hubimos entonces de subir por un escarpado risco para volver a la pista y al hacerlo tropezamos con un nido de avispas, Como a mí no me habían atacado, no sabía a qué se debían la confusión y el pánico que reinaban, hasta que el grupo volvió a reunirse en el sendero, a 100 metros por encima del río. Dos de los coolies sufrieron picaduras tan fuertes (uno de ellos manifestó que había recibido siete), que ya tenían elevada fiebre. Varios otros aparecieron con la cara y ojos hinchados, y uno de ellos había desaparecido. Su carga fue localizada cerca del nido de avispas y creímos que se habría caído por el risco al intentar escapar. Envié a Angtarkay a un pueblo que estaba a 600 metros más arriba a pedir socorro, mientras Bourdillon, Ward y yo bajamos de nuevo por los riscos y buscamos al desaparecido a lo largo de la orilla, esperando encontrar su cadáver destrozado. Sin embargo, resultó que no se había caído, y luego lo encontramos refugiado en una cueva y con elevada fiebre. Todas las víctimas de este curioso incidente se restablecieron de la noche a la mañana. <\/p>\n

Al día siguiente, 19, cruzamos otro puerto de 3,000 metros, que nos condujo al valle del Dudh Kosi. Por la tarde del 20 de septiembre el tiempo aclaró repentinamente y pareció terminar el monzón. Después de diez días de lluvia y niebla continuos, el aire claro y el cálido sol resultaban deliciosos. La selva no era ya opresiva, sino ligera y verde; las cascadas relucían al precipitarse por los enormes precipicios que flanqueaban el ancho valle, como hilos de plata colgando de las agujas de hielo que se alzaban a 3,650 metros por encima de nuestras cabezas. <\/p>\n

Estábamos ahora en el país de los sherpas, y una especie de "fiebre del Canal" animaba a Angtarkay y sus compañeros. En cada pueblo por el que pasábamos eran recibidos por una muchedumbre de amigos que se los llevaban a comer y beber a alguna casa, en medio de animada charla y gran algazara. También a nosotros, por supuesto, nos correspondió nuestra parte de esta hospitalidad, que sin duda contribuyó a lo maravilloso de la escena. Comencé a preocuparme de si, cuando llegáramos a nuestro objetivo, quedaría alguno de nosotros en condiciones de escalar. <\/p>\n

El valle se dividía en dos estrechas gargantas. El sendero, por medio de una notable serie de plataformas de maderos y escaleras construidas en los riscos, seguía la rama de la derecha durante 800 metros, viéndose el hermoso pico nevado de Taweche entre las paredes verticales del cañón; luego ascendía en zigzag durante 600 metros hasta las alturas intermedias. Allí, en un pequeño repliegue del terreno, a 3,600 metros sobre el nivel del mar, estaba Namche Bazar, adonde llegamos por la tarde del 22 de septiembre. El viaje desde Jogbani, que habíamos calculado realizar en quince días, nos costó casi cuatro semanas. <\/p>\n

Namche Bazar, que se compone de unas sesenta casas, es el pueblo más importante del distrito de Khombu, porque es el último lugar de alguna importancia en la ruta principal del Nepal oriental al Tibet, y constituye, por lo tanto, un centro comercial entre ambos países. Es la pequeña metrópoli de los sherpas, que tienen estrechas relaciones, tanto comerciales como religiosas, con el Tibet. Ellos mismos son de origen tibetano y no se distinguen de los habitantes de la gran meseta que se extiende al norte de la cordillera principal. Usan la misma indumentaria y profesan las mismas creencias y costumbres religiosas, y aunque tienen un idioma propio, todos saben hablar tibetano. Llevan una vida seminómada; cada familia posee una casa y tierras en varios pueblos a diferentes altitudes, y se trasladan en masa de un pueblo a otro según las estaciones, para sembrar o cosechar sus campos de patatas y cebada. Por esta razón, es corriente hallar pueblos temporalmente abandonados mientras sus habitantes están trabajando en otro distinto nivel. Apacientan sus corderos, cabras y yacks en los altos valles, con frecuencia a un día de marcha de sus pueblos. <\/p>\n

En Namche nos dispensaron una gran acogida, y allí pasamos dos días clasificando nuestros víveres y equipos acopiando suministros de alimentos locales. Encontré a muchos antiguos amigos de expediciones anteriores, la mayoría de los cuales traían frascos de "chang", de los cuales nos invitaban a beber. Se nos cedió una casa para alojarnos, construida con arreglo al modelo de casi todas las casas sherpas. Son éstas de planta rectangular, de dos pisos, construidas en piedra, con marcos de ventana de madera tallada y celosías. La puerta principal conduce a un oscuro establo, por el cual hay que andar a tientas, abriéndose paso entre los bueyes o yacks, hasta una empinada escalera de madera que sube a un angosto pasillo situado en el piso superior. Torciendo a la derecha, según se llega por la escalera, está la letrina, que es un pequeño cuarto oscuro con un agujero en el suelo y el resto cubierto de hierba o de agujas de pino. El otro extremo del pasillo conduce a un cuarto de estar, que ocupa las tres cuartas partes del piso superior. La habitación que queda entre el hueco de la escalera y la fachada se usa como cocina. El hogar está en el suelo, y emplean un soporte de hierro para sostener los pucheros sobre el fuego. Más allá hay una yacija reservada para las mujeres. En la pared que queda a la derecha del hogar hay una hilera de ventanas, y debajo una plataforma que se eleva a unos treinta centímetros del suelo, cubierta con alfombras y mantas. En ella se sientan los hombres, con las piernas cruzadas, detrás de una mesa baja de madera. El sitio de honor está al extremo de la plataforma más próxima al fuego. La pared de enfrente, desprovista de ventanas, está cubierta de anaqueles, llenos de grandes vasijas de cobre, cacharros de madera, tazas de porcelana, mantequeras de bambú y otros utensilios de cocina. El otro extremo de la habitación está atestado de sacos de grano, cuerdas, arados de madera, picos y otros aperos de labranza. Las camas se hacen en el suelo a medida de las necesidades. Algunas casas pertenecientes a gentes acomodadas tienen otras habitaciones amuebladas como pequeños templos budistas. <\/p>\n<\/div>\n

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LA CASCADA DE HIELO<\/strong><\/p>\n

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\"\" Salimos de Namche el 25 de septiembre, llevando víveres para diecisiete días, en cuyo tiempo esperábamos efectuar un reconocimiento a fondo de la gran cascada de hielo y, si fuera posible, ascender hasta el Cwm occidental para ver si existía una ruta practicable desde allí hasta el collado sur. Si hallábamos una ruta, enviaríamos por más suministros, montaríamos un campamento dentro del Cwm y trataríamos de subir lo más arriba posible hacia el collado. Si, como suponíamos, no había ruta practicable, emprenderíamos una extensa exploración de la cordillera principal, cuyo lado sur era casi totalmente desconocido. Contratamos otros cinco sherpas, a quienes equipamos para el trabajo en la montaña, con lo que su número ascendía a diez. Uno de ellos era el hermano menor de Angtarkay, Angphuter, a quien había visto la última vez en 1938, cuando siendo un muchacho de catorce años nos acompañó a Rongbuk desde Namche y había transportado una carga hasta el campamento 3 (6,400 metros) del Everest. Otros quince hombres fueron contratados para llevar nuestros bagajes y suministros al campamento base que habíamos de establecer en la cabecera del glaciar Khombu. <\/p>\n

Tomamos un sendero que cruzaba la empinada ladera de la montaña a 600 metros por encima de la garganta del Dudh Kosi, de donde habíamos subido tres días antes. Por el camino encontramos a un viejo amigo mío, Sen Tensing, a quien conocí en 1935, cuando pasamos al Tibet para unirnos a la expedición de reconocimiento. El aspecto peculiar que tenía con la indumentaria que le dimos le valió el nombre de "deportista extranjero", y en los años siguientes fue mi compañero inseparable por varias regiones del Himalaya y del Karakoram. En 1936 lo llevé a Bombay, aventura que todavía consideraba como uno de los momentos culminantes de su vida. Había tenido noticias de nuestra llegada mientras cuidaba sus yacks en un valle, a tres días de marcha, y había corrido a nuestro encuentro, trayendo consigo presentes de "chang", mantequilla y requesón. Vino con nosotros y durante el resto del día me obsequió con recuerdos del pasado. <\/p>\n

Al cabo de algunos kilómetros, el sendero descendía hacia la garganta. Cruzamos el río por un puente de madera y ascendimos 600 metros por fuerte pendiente a través del bosque hasta el monasterio de Thyangbochi, situado en la cresta de una aislada sierra que domina la confluencia del Dudh Kosi y del gran valle tributario del Imja Khola. La sierra aparecía envuelta en niebla aquella tarde, y como estaba oscureciendo cuando llegamos al monasterio, no vimos nada de los alrededores. Los monjes nos dieron la bienvenida y vimos que habían montado una gran tienda de campaña tibetana para nosotros en un prado cercano. <\/p>\n

Durante los últimos días nos habíamos familiarizado con la extraordinaria belleza del país, pero esto no disminuyó el sorprendente efecto del espectáculo que se ofreció a nuestra vista cuando nos despertamos a la mañana siguiente. El cielo aparecía limpio; la hierba del prado, esmaltada de gencianas, brillaba con la escarcha a los primeros rayos del sol; el prado estaba rodeado de apacibles bosques de abetos, hayas y rododendros plateados de musgo. Aunque los árboles de hoja no perenne estaban aún verdes, había ya brillantes manchas de colores otoñales en la maleza. Por el sur, las laderas cubiertas de árboles descendían con fuerte inclinación hacia la garganta. Al noroeste, a 20 kilómetros a través el valle del Imja Khola, se alzaba la cresta del Nuptse y del Lhotse y detrás el pico del Everest. Pero aquella estupenda muralla, que en ningún punto tenía menos de 7,600 metros de altura a lo largo de sus ocho kilómetros, parecía empequeñecida por las esbeltas agujas de hielo acanalado que se elevaban por encima de nosotros, cercanas y completamente inaccesibles. <\/p>\n

Permanecimos en aquel lugar encantador hasta el mediodía y visitamos el monasterio por la mañana. Con su claustro, sus oscuras habitaciones que olían a sahumerio y a la manteca rancia que emplean para sus lámparas votivas, sus efigies terroríficas, sus tapicerías y sus libros sagrados encuadernados en madera, se parecía a la mayoría de los monasterios tibetanos en todo, salvo en sus alrededores. En el centro de la habitación principal o santuario había dos tronos, uno para el abad de Thyangbochi y otro para el abad de Rongbuk, el primero de los cuales estaba entonces ausente en visita a su colega del lado norte de la gran montaña Chomolungma (Everest). Colgando de una de las ventanas del patio nos hizo gracia ver un cilindro de oxígeno, que evidentemente había sido recogido en el glaciar Rongbuk oriental por los sherpas de una de las primeras expediciones al Everest. Ahora hace las veces de gong, que tocan todas las tardes a las cinco como señal para que abandonen el monasterio las mujeres. <\/p>\n

Desde Thyangbochi el camino baja suavemente por los bosques hasta el Imja Khola, en un punto donde el río se hunde en cascada por un profundo abismo, en cuyas paredes crecen retorcidos y nudosos árboles con largas barbas de musgo ondeando entre la espuma. Después del pueblo de Pangbochi dejamos atrás el bosque y entramos en tierras altas de brezo y hierba. Pasamos la noche del 26 en Phariche, pueblo de pastos a la sazón abandonado, y en la mañana del 27 torcimos hacia el Lobujya Khola, el valle que circunda el glaciar Khombu. A medida que íbamos subiendo por el valle aparecía a su cabecera la línea de la divisoria principal. Reconocí inmediatamente los picos y pasos que nos eran tan familiares por el lado de Rongbuk: Pumori, Lingtren, el Lho La, el Pico Norte y el saliente oeste del Everest. Es curioso que Angtarkay, que conocía tan bien como yo estos aspectos del terreno por el otro lado, y que había pasado muchos años de su juventud apacentando yacks en este valle, nunca los identificó antes ni se dio cuenta de ello hasta que yo se lo indiqué. Esto es un notable ejemplo del poco interés que los montañeses asiáticos prestan a los picos y montes que los rodean. <\/p>\n

Dos días tardamos en ascender lentamente por el glaciar y en reconocer la parte superior del valle. El tiempo era bueno por las mañanas, pero todas las tardes se producía una breve aunque intensa tormenta de nieve. Tuvimos alguna dificultad para encontrar agua en la morena lateral, pero al fin pudimos hallar una fuente en una pequeña hoya resguardada, en la orilla occidental del glaciar, al pie del Pumori, y allí establecimos nuestro campamento base, a una altitud de unos 5,500 metros. Posteriormente descubrimos que la fuente estaba alimentada por un pequeño lago que había algo más arriba. En la morena crecía una pequeña planta parecida al brezo, que servía como combustible y que vino a reforzar la provisión de enebro que habíamos traído de abajo. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" El 30 de septiembre, Riddiford, Ward y Bourdillon, con dos sherpas, Passang y Nima, atravesaron el glaciar para reconocer la parte inferior de la cascada de hielo. Hillary y yo subimos a un contrafuerte del Pumori para examinar la cascada de hielo en conjunto, y en particular para ver la situación de los glaciares suspendidos a ambos lados de la garganta que conduce al Cwm occidental y delimitar las zonas de posible peligro de aludes de hielo procedentes de aquellas. Llegamos a una altura de algo más de 6,000 metros, con una vista maravillosa, desde donde alcanzábamos a ver por encima del Lho La hasta el Pico y Collado Norte. Toda la cara noroeste del Everest era visible y con nuestros potentes prismáticos podíamos seguir paso a paso la ruta por la que se habían efectuado todos los intentos de escalar la montaña. ¡Qué extraño resultaba estar contemplando desde un ángulo nuevo aquellos lugares que recordaba tan bien, después de un intervalo de tiempo tan largo y de una experiencia tan diversa! La pequeña plataforma de 7,830 metros donde habíamos pasado tantas noches incómodas, el campamento 6 de Norton en el arranque del contrafuerte Noroeste, la Franja Amarilla y los terribles riscos extraplomados de la Franja Negra, el Segundo Escalón y el Gran Couloir. Todos estaban cubiertos por gruesa capa de nieve polvo como cuando los había visto por última vez en 1938. Justo enfrente de donde estábamos, el Nuptse aparecía soberbio, como una gigantesca pirámide de hielo. <\/p>\n

Pero el aspecto más notable e inesperado de aquel punto de vista era que desde él se divisaba todo el Cwm occidental hasta su cabecera, toda la cara oeste del Lhotse, el Collado Sur y las laderas que conducían a él, hasta tal punto que desde el interior mismo del Cwm apenas habríamos visto más. Calculamos que el suelo del Cwm en su cabecera estaba cerca de 7,000 metros, unos 600 metros más de lo que suponíamos. Desde allí veíamos que había una ruta perfectamente clara por la cara del Lhotse hasta unos 7,600 metros, desde donde parecía que podría efectuarse una travesía hasta el Collado Sur. Esta larga travesía sólo sería factible con la nieve en buen estado, y por entonces distaba mucho de ello. <\/p>\n

El inopinado descubrimiento de una ruta practicable desde el Cwm occidental hasta el Collado Sur fue muy estimulante, pero habíamos ido allí a estudiar la cascada de hielo y esta ocupación pronto enfrió nuestro entusiasmo. La altura total de esta catarata helada era de unos 600 metros. Un escabroso corredor transversal la dividía en dos sectores iguales. El glaciar descendía del Cwm en espiral hacia la izquierda, de suerte que el sector inferior de la cascada quedaba frente a nosotros, mientras que la parte superior aparecía en gran parte de perfil. Con los prismáticos divisamos dos figuras en la parte inferior, y por sus movimientos reconocimos en ellas, aun a aquella distancia, a Riddiford y Passang. De los demás no había señales. Después supimos que habían seguido una ruta diferente a través del glaciar inferior y que se vieron obligados a retroceder ante una masa de pináculos de hielo antes de llegar al pie de la cascada. Riddiford y Passang habían hecho magníficos progresos, si bien se apreciaba claramente que tenían que trabajar denodadamente en la nieve blanda. Hacia las dos de la tarde habían ascendido aproximadamente cuatro quintas partes del sector inferior, hasta un punto en el que permanecieron una hora, regresando después. <\/p>\n

Un resultado tan excelente conseguido por un grupo de solamente dos en el primer intento era en sí muy alentador. Pero desde donde nosotros nos hallábamos, parecía que el corredor situado encima de ellos estaba en peligro de ser barrido en toda su longitud por aludes de hielo procedentes de una gran línea de glaciares suspendidos sobre la pared izquierda del desfiladero; es más, parecía como si la superficie del pasillo estuviera compuesta enteramente de restos de aludes. El lado derecho de la parte inferior de la cascada de hielo y el del pasillo estaban claramente amenazados por una masa de glaciares colgantes situados en aquella dirección, y en cuanto a la cascada superior, se presentaba muy fea. Vista de perfil, había una ruta más fácil rodeándola por la izquierda, pero se apreciaba claramente que esta ruta constituía una peligrosa trampa. <\/p>\n

Una de las razones por las que cualquier intento de escalada a un gran pico del Himalaya ofrece muchas menos probabilidades de éxito que la escalada de una montaña de dimensiones alpinas es que buena parte de la ruta ha de ser atravesada una y otra vez por grupos de hombres cargados, transportando provisiones a los campamentos superiores. Todos los peligros objetivos deben juzgarse desde este punto de vista. El riesgo, por ejemplo, de andar durante diez minutos junto a un *sérac* inestable, que podría ser aceptado por un grupo de dos o tres montañeros no cargados, aumenta evidentemente cien veces en el caso de grandes grupos de hombres pesadamente cargados que tienen que pasar por el mismo sitio docenas de veces. Las reglas del montañismo deben observarse rígidamente. <\/p>\n

Parecía que ahora tendríamos que tomar una decisión muy difícil: la de abandonar esta maravillosa ruta nueva a la cumbre del Everest, la cual se nos había aparecido como una nueva visión y cuya probabilidad apenas nos habíamos atrevido a esperar, y no porque la empresa fuera superior a nuestras fuerzas, sino porque en un pequeño sector del principio, el grupo, y particularmente los sherpas, habrían de exponerse repetidas veces a ser aniquilados, aunque fuera pequeño este riesgo en cada exposición individual. <\/p>\n

Cuando nos encontramos con Riddiford en el campamento aquella tarde, estaba mucho más optimista en cuanto a las dificultades de la parte superior de la cascada de hielo, pero no había podido juzgar con certeza sobre el posible peligro de aludes. Al día siguiente (1º de octubre), mientras Bourdillon y Angtarkay repetían nuestra visita a las estribaciones del Pumori y ascendían hasta un punto unos 100 metros más alto, Hillary y yo practicamos un reconocimiento desde otro ángulo. Esta vez subimos a la cabecera del glaciar y ascendimos nuevamente hasta unos 6,000 metros por un contrafuerte del pico que limita al Lho La por el oeste. Desde allí, aunque no podíamos ver el interior del Cwm, dominamos una vista mucho mejor de la parte superior de la cascada de hielo y del corredor. Observamos que, al menos en aquella época del año, los aludes de la izquierda barrían algo menos de la mitad de la longitud del pasillo y que atravesándolo hacia su centro, habría relativa seguridad. También descubrimos una buena ruta por la parte superior de la cascada de hielo. <\/p>\n

El 2 de octubre, Riddiford, Hillary, Bourdillon y yo, con tres sherpas (Passang, Dannu y Utsering) , plantamos un campamento ligero al pie de la cascada de hielo con intención de efectuar un intento serio de penetrar por allí en el Cwm occidental. Murray y Ward estaban entonces sufriendo por los efectos de la altitud y se quedaron en el campamento base para aclimatarse más. Al día siguiente, el tiempo fue malo, nevó ligeramente durante casi todo el día y permanecimos dentro de las tiendas. El aire a nuestro alrededor estaba en absoluta calma. Hacia las diez oímos un estruendo sordo, como el de un tren del "metro". Al principio, creímos que sería algún alud lejano que caía por las alturas del Cwm. Estábamos ya habituados al trueno de los aludes que caían intermitentemente a nuestro alrededor, desde el Nuptse, desde los grandes séracs del Lho La y desde las estribaciones del Pumori. Por lo general, el ruido no duraba más de un minuto o dos cada vez, así que cuando al cabo de un cuarto de hora el fragor lejano se oía aún, comenzamos a pensar que alguna montaña entera estaría viniéndose abajo. Sin embargo, al cabo de una hora, ni siquiera esta teoría resultaba admisible, y al fin llegamos a la conclusión de que debía ser causado por un viento poderoso soplando a través del Lho La y sobre las crestas del Everest y del Nuptse. Continuó durante todo el día, y entre tanto ni una leve brisa agitó las lonas de nuestras tiendas de campaña. <\/p>\n

La mañana del 4 fue buena y fría, y salimos en cuanto fue de día. Como habíamos previsto, una de las dificultades para trabajar en la cascada de hielo, especialmente en esta época del año, era que el sol le daba muy tarde. Al principio, nos movíamos sobre el hielo duro, pero tan pronto como llegamos a la cascada de hielo, nos hundimos hasta las rodillas en nieve blanda. Se nos enfriaban mucho los pies, y en una ocasión, durante el curso de la mañana, Hillary y Riddiford tuvieron que quitarse las botas, proyectadas para su expedición del verano y que sólo admitían dos pares de calcetines, para frotarse los pies y activar la circulación. Siguiendo las huellas de Riddiford, no tuvimos dificultad en hallar el camino a través del laberinto de grietas y muros de hielo. Al cabo de tres horas y media de buena marcha, llegamos al punto más lejanos alcanzado por aquel. Aquí, Bourdillon, que también sufría bastante los efectos de la altitud, decidió detenerse y esperar nuestro regreso. El lugar estaba justo al lado de una elevada torre de hielo que desde entonces llamamos el "sérac de Tom", y como el sol estaba ya en lo alto, pensamos que Bourdillon no pasaría frío. <\/p>\n<\/div>\n

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LA CASCADA DE HIELO<\/strong><\/p>\n

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\"\" Lo que ahora nos molestaba era exactamente lo contrario. Con la ardiente reverberación del sol en la nieva recién caída y el aire estancado entre los séracs. Era como trabajar en un horno. Esto, combinado con la altitud, pronto minó nuestras energías e hizo penoso cualquier movimiento. Nos despojamos de toda la ropa por el pecho, excepto de las camisas, pero aún así sudábamos a chorros y pronto nuestro jadeo nos produjo una sed insoportable. La marcha se hizo ahora más complicada y laboriosa. Serpenteando por un intrincado laberinto de paredes de hielo, simas y séracs, rara vez veíamos a más de 60 metros delante de nosotros. La nieve nos llegaba a menudo hasta las caderas, de suerte que aun siendo tantos para relevarnos en el trabajo de abrir camino, la progresión de un punto a otro era muy lenta. Solamente la elección de una falsa ruta nos costaba una hora de infructuoso trabajo. <\/p>\n

Pero técnicamente la escalada no resultaba difícil y, aunque lo hubiera sido, teníamos tiempo de sobra para dedicarnos a la tarea. Mediada la tarde pareció que nos aproximábamos a la parte superior de la cascada de hielo. Habíamos decidido regresar no más allá de las cuatro, con el fin de llegar al campamento a las seis, hora en que se hacía demasiado oscuro para ver. Aun este cálculo era muy apurado, puesto que no dejaba ningún margen para accidentes, tales como la rotura de puentes de nieve, complicación que después de oscurecido suponía correr el gran peligro de congelación. <\/p>\n

Desde la última línea de séracs vimos a través de una depresión una cresta de hielo lisa que marcaba el punto en que el glaciar del Cwm se precipitaba en forma de catarata, como la ligera onda que se forma sobre una cascada de agua. La depresión era en realidad una ancha grieta, en parte cegada por enormes bloques de hielo, algunos de los cuales no parecían demasiado débiles. El paso de esta grieta constituyó la operación más delicada que habíamos tenido que realizar hasta el momento. <\/p>\n

A las 3:50 habíamos llegado a la ladera final, pasada la grieta, desde la cual esperábamos tener una vista clara del glaciar del Cwm, de suave pendiente. Tuvimos que ascender en diagonal hacia la derecha, para evitar una cornisa de hielo que sobresalía justo encima. Passang, a quien le tocaba el turno, tomó la dirección seguido de Riddiford y de mí. Cuando llegamos a la ladera vimos claramente que la nieve estaba muy insegura y que debían tomarse las mayores precauciones. Para entonces, Passang había avanzado unos 20 metros. De pronto, la superficie comenzó a deslizarse hacia abajo, partiéndose en bloques según descendía. Passang, que se encontraba al borde de la línea de rotura, logró con gran habilidad saltar sobre ella y hundir su piolet en la nieve de encima. Yo estaba tan sólo a unos metros de Hillary, que tenía un firme anclaje en un bloque de hielo situado al principio de la pendiente, y pude sin gran dificultad trepar por la ladera en movimiento hasta donde él estaba. Riddiford fue arrastrado por la ladera y quedó suspendido entre Passang y yo, mientras el alud se deslizaba silenciosamente y caía en la grieta. Fue un desagradable incidente, que con menos suerte podía haber tenido malas consecuencias. <\/p>\n

Era ya hora de retirarse. La bajada resultaba, por supuesto, casi sin esfuerzo, comparada con el trabajo de subida. Teníamos marcado el profundo rastro y podíamos saltar o deslizarnos por entre los innumerables bloques de hielo, cada uno de los cuales nos había costado mucho tiempo y trabajo al subir. Eran pasadas las 5:30 cuando llegamos adonde estaba Bourdillon, que había tenido que esperar más de lo convenido y sufría molestias debido al frío, mostrándose preocupado. A poco de comenzar nuestro descanso, la cascada de hielo quedó envuelta en niebla. Después se levantó la niebla tras de nosotros y vimos, en lo alto del Cwm, que iba oscureciéndose la cara norte del Nuptse, como una tracería de hielo iluminada por el sol poniente. Llegamos al campamento cuando anochecía, muy cansados después de un día de muchas emociones. <\/p>\n

Estábamos satisfechos de este reconocimiento. Nos sentimos decepcionados en el último momento al no obtener una vista del interior del Cwm desde la cresta de la cascada de hielo, aunque no nos habría mostrado mucho más de lo que ya pudimos ver. Pero habíamos escalado prácticamente toda la cascada de hielo en un solo día, a pesar del infame estado de la nieve y de que durante la parte más larga y difícil íbamos avanzando por terreno enteramente nuevo. A su debido tiempo la ruta podía mejorarse considerablemente, y la ascensión se efectuaría entonces en la mitad del tiempo y con menos de la mitad de esfuerzo. Creíamos que el estado de la nieve sin duda mejoraría, pero aunque así no fuera, la pendiente final podía ciertamente subirse y asegurarse por medio de cuerdas fijas. Finalmente, al menos en esta época del año, la ruta parecía estar no muy expuesta a la amenaza de los aludes de hielo. No dudábamos de que, con unos días de trabajo, podríamos establecer una ruta segura para subir las cargas por la cascada de hielo hasta el Cwm occidental. <\/p>\n

Sin embargo, decidimos aguardar quince días antes de intentarlo. Había tres razones para tomar esta decisión: primeramente, dar tiempo a que mejorase el estado de la nieve en la cascada de hielo. En segundo lugar, habíamos visto que aún quedaba una enorme cantidad de nieve del monzón depositada en las laderas superiores del Lhotse y del Everest, que harían imposible subir mucho hacia el Collado Sur, para no mencionar el posible riesgo de grandes aludes de nieve que cayeran al Cwm. Si bien sabíamos que en altitudes de 7,000 metros y superiores esta nieve no se consolidaría, teníamos motivos para suponer que para principios de noviembre una gran cantidad de ella habría sido barrida por los vientos noroeste que ya empezaban a soplar. Por último, la mitad del grupo tenía suma necesidad de aclimatarse antes de poder emprender ningún trabajo serio en la cascada de hielo. Pasamos, pues, los quince días recorriendo terreno inexplorado al oeste y al sur. <\/p>\n

El 19 de octubre, Hillary y yo, que habíamos estado trabajando juntos durante los quince días, regresamos al campamento base del glaciar Khombu. Esperábamos que los demás volvieran por la misma fecha, pero no llegaron hasta casi una semana después. Los días 20 y 21 trasladamos el campamento al antiguo emplazamiento al pie de la cascada de hielo, y esta vez llevamos una gran tienda de campaña de cúpula y doble tela, de doce plazas, proyectada para el Artico. Valía la pena de tomarse el trabajo necesario para nivelar una superficie de hielo suficientemente amplia para montar la tienda, porque después de las minúsculas tiendas de montaña que habíamos estado usando hasta entonces, ésta constituía un verdadero lujo, y al no tener más sitio dentro, resultaba mucho más fácil organizarnos para salir bien temprano por la mañana. El día 22 comenzamos a trabajar en la cascada de hielo. El estado de la nieve había mejorado ligeramente, pero en cambio se habían abierto un cierto número de grietas a través de nuestra primitiva ruta, que nos costó algún trabajo recorrer. No obstante, al final del primer día de trabajo habíamos practicado una ruta sólida y completamente segura hasta el "sérac de Tom". Cerca de él señalamos un sitio para instalar un campamento ligero, desde el cual pensábamos proseguir nuestra labor por la parte superior de la cascada de hielo, si bien por el momento decidimos continuar el trabajo desde nuestro confortable campamento de más abajo. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" El día 23 salimos temprano, llevando con nosotros a Angtarkay y a Utsering. Era una mañana magnífica. Con todos los pasos de la ruta preparados, ascendimos sin esfuerzo, respirando al mismo ritmo que en un paseo de Inglaterra, y llegamos al "sérac de Tom" en una hora y veinte minutos. Paramos ahí para hacer un breve descanso que casi no necesitábamos, mientras el sol subía por encima de la gran cresta Nupte-Lhotse para reanimar el mundo helado a nuestro alrededor. Nos hallábamos en una disposición de ánimo del mayor optimismo porque esperábamos penetrar en el gran Cwm aquel mismo día. <\/p>\n

Pero inmediatamente encima del sérac tropezamos ya con dificultades. Una ancha grieta se había abierto a través de nuestra ruta anterior, y nos costó hora y media de trabajo muy duro cruzarla. Este contratiempo, si bien constituyó una saludable advertencia contra el exceso de confianza, no fue grave, y hasta que cruzamos la grieta no comenzaron las verdaderas dificultades. Allí, a unos 100 metros del sérac, vimos que había ocurrido una tremenda catástrofe. En una extensa zona, los muros y torres de hielo aparecían derribados como por un terremoto, y ahora yacían en confusa ruina. Esto había sido evidentemente causado por un repentino movimiento de la masa principal del glaciar que debió tener lugar los últimos quince días. No pudimos por menos de pensar que si hubiéramos persistido en la idea de establecer una línea de comunicaciones por la cascada de hielo y un grupo hubiese estado en aquella zona en el momento de producirse el movimiento, probablemente ninguno habría sobrevivido. Además, lo mismo podía ocurrir en otras zonas de la cascada de hielo. <\/p>\n

Con respecto a nuestro problema inmediato, no obstante esperábamos que con el derrumbamiento de los hielos habría quedado la nueva superficie sólidamente asentada, aunque su aspecto era tan quebrado y alarmante. Muy cautelosamente, sondeando con los piolets a cada paso, con 30 metros de cuerda entre cada hombre, nos aventuramos por la zona destruida. Todo parecía muy inseguro, pero resultaba difícil decir si la inestabilidad se limitaba al sitio por el que pasábamos o a toda la zona en conjunto. Hillary iba delante, abriéndose camino por entre los bloques de hielo, cuando uno de éstos, de pequeñas dimensiones, cayó en una sima. Hubo un estruendo prolongado y la superficie en que nos hallábamos comenzó a estremecerse violentamente. Creí que estaba a punto de venirse abajo, y los sherpas, tal vez algo irreflexivamente, se arrojaron al suelo. A pesar de esta alarmante experiencia, no nos preocupaba tanto la zona destruida como lo que venía después, ya que los muros y séracs estaban hendidos por innumerables grietas que parecían amenazar con otro derrumbamiento. Nos retiramos al hielo firme de más abajo y tratamos de hallar una ruta menos peligrosa. Cualquier movimiento amplio hacia la izquierda nos habría colocado bajo el peligro de los glaciares colgantes situados en aquella dirección. Exploramos el terreno a la derecha, pero vimos que allí la zona de devastación era aún más extensa. Además, estaba dominada por una línea de séracs extremadamente inestables. <\/p>\n

Regresamos al campamento en un estado de ánimo muy diferente del optimismo con que habíamos recorrido la parte inferior de la cascada unas horas antes. Parecía evidente que intentar escalar la cascada, si bien podría ser un riesgo permitido a un grupo e montañeros no cargados, trabajando con cuerdas largas y tomando todas las precauciones posibles, y aun esto era dudoso, no se justificaría con un grupo de porteadores cargados, cuyos movimientos siempre resultaban difíciles de controlar. Al fin y al cabo, tendríamos que tomar la decisión que habíamos temido tres o cuatro semanas antes: abandonar el intento de llegar al Cwm, no porque la ruta fuera difícil, sino por un peligro que por la misma naturaleza de sus causas fundamentales era imposible de determinar con certeza. Sin embargo, en este caso no significaba el abandono total de la ruta, porque el estado de las cascadas de hielo está sujeto a considerables variaciones estacionales, y era lógico suponer que fuera mucho mejor en primavera que en otoño. No obstante, fue una amarga decepción no poder llegar a cabo nuestro plan de instalar la ruta al Collado Sur. Acordamos, sin embargo, aplazar la decisión final hasta haber efectuado otro reconocimiento de la escalada de hielo por todo el grupo. <\/p>\n

Al día siguiente ascendimos de nuevo a la cresta cercana al Lho La. Lo que teníamos ante los ojos no era muy alentador, pues no veíamos manera de evitar la zona destruida, que de hecho era una faja de terreno que se extendía a través de todo el glaciar, si bien la parte superior de la cascada de hielo, por encima del corredor, permanecía inalterable, a lo que podíamos ver. El día 26 el resto del grupo regresó al campamento base, y el 27 subimos todos al contrafuerte del Pumori desde el cual Hillary y yo habíamos visto por primera vez el Cwm occidental el 30 de septiembre. Observamos que cierta cantidad de nieve monzónica había sido barrida del pico Everest por el viento noroeste, aunque la cara norte de la montaña estaba aún en condiciones imposibles para la ascensión. No se apreciaba ningún cambio en el estado de la nieve en el interior del Cwm, en el Lhotse, ni en el Collado Sur. <\/p>\n

Aquella tarde volvimos a ocupar el campamento al pie de la cascada de hielo, y el 28 de octubre, nosotros seis, junto con Angtarkay, Passang y Nima, partimos una vez más para la escalada. Nuestro objetivo principal era que los demás examinasen la situación por ellos mismos, para poder tomar una decisión unánime, aunque Hillary y yo también estábamos deseosos de echar otra ojeada a la cascada. Llegamos a la zona destruida cuando el sol comenzaba a dar allí. Sólo pequeñas alteraciones habían tenido lugar en los últimos cinco días, y esto nos animó a cruzarla con grandes precauciones y a continuar por entre los séracs en precario equilibrio que había más arriba. Passang y Angtarkay no ocultaban sus temores y constantemente me indicaban que no era aquel lugar para hombres cargados. Más allá del corredor vimos que la parte superior de la cascada se hallaba en un estado bastante aceptable, habiéndose derrumbado solamente un sérac en nuestra primitiva ruta. Las empinadas laderas por debajo de este punto estaban en el mismo estado peligroso que al principio del mes, pero una lámina de hielo se había desgajado de la pared, y mientras se exploraban otras rutas, Bourdillon consiguió tallar escalones por esta lámina, que nos permitieron llegar arriba del muro. Fue un buen esfuerzo, porque implicaba abrirse camino por una profunda capa de nieve inestable y tallar el hielo que había debajo. Manteniéndose el borde de la lámina, pudo evitar el peligro de aludes de nieve, pero como todo ello quedaba sobre una profunda sima en la que podía desplomarse, era prudente subir de uno en uno. <\/p>\n

Nos hallábamos ahora encima de la cascada de hielo, en el labio del Cwm occidental, y podíamos ver el glaciar con ligera pendiente, entre las grandes murallas del Everest y del Nuptse, hasta su cabecera. Pero pronto vimos que no habíamos en modo alguno vencido todas las dificultades que presentaba la entrada en este curioso santuario. Un poco más adelante, una enorme grieta partía el glaciar de lado a lado, y había indicios de otras grietas igualmente formidables más adelante. Cruzar estas grietas en su estado actual nos habría costado muchos días de duro trabajo y mucha inventiva, y a menos de montar un campamento en este punto, no podíamos pensar en atacarlas. No dudo que en primavera serán mucho más fáciles. Estuvimos sentados cerca de una hora, contemplando el blanco y silencioso anfiteatro y la magnífica vista sobre el glaciar Khombu hasta el Pumori, Lingtren y los picos de más allá del Lho La, y luego volvimos a bajar por la cascada de hielo. <\/p>\n

El hecho de que habíamos logrado subir por ella sin contratiempo, hizo más difícil la decisión de abandonar el intento de transportar provisiones al Cwm occidental, cuestión que debatimos ampliamente. Al día siguiente, Ward y Bourdillon ascendieron la cresta próxima al Lho La para asegurarse de que no existía una ruta alternativa, mientras Hillary y yo hacíamos una nueva visita a la cascada de hielo. Angtarkay y Passang seguían convencidos de que sería locura intentar llevar cargas por ella en su estado actual, e injustificado pedir a los sherpas que lo hicieran. No nos quedaba más remedio que someternos, esperando tener otra ocasión en primavera. <\/p>\n<\/div>\n

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EXPLORACIONES<\/strong><\/p>\n

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\"\" Nuestro fracaso en lograr establecer una ruta segura por la cascada de hielo y poder así llevar campamentos y suministros al Cwm occidental, aunque constituyó un desengaño, tuvo una gran compensación, porque nos quedó más tiempo del que habríamos tenido de otra forma, para explorar algunas de las grandes zonas de terreno desconocido por el lado sur de la cordillera principal. Durante el periodo que medió entre nuestras dos visitas a la cascada de hielo, nos dividimos en dos grupos. Murray, Riddiford, Bourdillon y Ward se dirigieron hacia el oeste desde el campamento base, subiendo por un largo glaciar tributario que los llevó más allá del Pumori y a lo largo de la vertiente sur de la divisoria. Aparte la exploración de la zona, su objetivo principal era hallar un paso por la cordillera hacia el norte, del que los sherpas nos habían hablado. Suponíamos que conduciría al glaciar Rongbuk occidental, y esperaba que el grupo podría escalar el Pumori desde allí. Yo estaba especialmente interesado en este supuesto paso, en vista de nuestro fracaso de 1935 en hallar una ruta a través de esta parte del macizo. Sin embargo, comprobaron que tal paso no existía. <\/p>\n

Desde la cabecera del glaciar tributario cruzaron un collado que los condujo a la cuenca superior del Dudh Kosi, en cuya parte superior se encontraron en un grandioso circo formado por las dos grandes montañas Cho Oyu (8,153 metros) y Gyachung Kang (7,897 metros). En el flanco oriental de este circo estaba el Nup La, que había sido alcanzado por Hazard desde el lado del Tibet en 1924. Durante dos días ascendieron hacia este collado por una cascada de hielo, bastante más difícil que la cascada de hielo del Cwm occidental, aunque mucho menos peligrosa, antes de abandonar finalmente el intento de llegar a la divisoria. Después descendieron por el glaciar Ngojumbo y el valle del Dudh Kosi hasta Namche. <\/p>\n

Entre tanto, Hillary y yo exploramos el terreno al sur del Monte Everest. Nuestro objetivo principal era encontrar por entre el laberinto de sierras una ruta al glaciar Kangshung, que desciende de los flancos orientales del Everest, y enlazar así con las exploraciones de la expedición de reconocimiento de 1921. En este proyecto nos estimulaba la indicación de los sherpas de que en la cabecera del Imja Khola había un paso que conducía al valle de Kharta en el Tibet. Llevamos con nosotros a un joven llamado Angdorje, que conocía bien aquel valle y que insistía mucho en la existencia del paso. La cuenca superior del Imja está rodeada al norte por la pared Nuptse-Lhotse y al este y sur por docenas de picos sin nombre cuyas alturas oscilan entre 6,100 y 7,300 metros. Cuando llegamos a su cabecera vimos inmediatamente que no había camino practicable a través de las montañas hacia el este. Angdorje no se amilanó en modo alguno, limitándose a decir que había supuesto que nosotros, como montañeros, hallaríamos un camino. Dirigiéndonos hacia el sur, no obstante, logramos cruzar con alguna dificultad un collado de unos 5,790 metros de altura y pasar al otro lado, a la cuenca del Hongu Khola, donde acampamos en las orillas de un gran lago. Enfrente teníamos un amplio valle y al fondo los picos del macizo de Chamlang. Estábamos ahora mucho más allá del país conocido de los sherpas, pero hallamos pruebas de que los nepalíes hindúes del sur penetraban con sus rebaños hasta estos elevados valles. <\/p>\n

Cruzamos la cuenca del Hongu hacia el este y hallamos un paso, de unos 6,180 metros de altura, que conducía al gran glaciar Barun, que desciende en dirección suroeste al pie del Makalu (8,470 metros). Desde allí, si no hubiéramos llevado provisiones para otros tres días, habríamos podido indudablemente llegar al Kangshung. Otro tentador proyecto que se nos ofrecía, de haber tenido tiempo y recursos para llevarlo a cabo, era descender al Barun y meternos por las grandes gargantas inexploradas que conducen al río Barun. Y es que, una vez embarcados en este deporte de exploración de montaña en estos remotos parajes, sus fascinadoras posibilidades son ilimitadas. <\/p>\n

Durante todo este periodo el tiempo fue bueno y coincidió con luna llena. Las noches eran muy frías, las mañanas muy brillantes y claras; por las tardes, ascendían nubes de los valles y envolvían los picos, y todas las noches, al ponerse el sol, se disipaban. Era entonces, en el campamento, cuando veíamos este estupendo país en todo su esplendor, porque cada pico sucesivamente era rodeado por la niebla en movimiento, con su dorada tracería de hielo brillando en profundo relieve; no ya una simple parte del macizo montañoso, sino como flotando en sublime aislamiento. Antes de disiparse totalmente la niebla, la luna asomaba por encima de alguna elevada cresta, e inmediatamente surgían de nuevo todos los picos helados contra el cielo de la noche. <\/p>\n

Regresando por la cuenca del Hongu, cruzamos un tercer paso, también de más de 6,100 metros, en su borde occidental, justo al sur del hermoso pico Ama Dablam, por el cual, como esperábamos, volvimos al valle del Imja Khola. Finalmente, cruzamos una elevada sierra que se extiende en dirección sur desde el Nuptse, y así regresamos a nuestro campamento base del glaciar Khombu. <\/p>\n<\/div>\n

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\"\" Nuestro tercer campo de acción fue el macizo del Gauri Sankar, que salimos a explorar a principios de noviembre, después de abandonar las operaciones en la cascada de hielo. Nos dirigimos hacia el noroeste desde Namche, a lo largo del valle del Bhotse Kosi. En Tami, Hillary, Riddiford y Dutt, que durante el mes de octubre habían llevado a cabo extensas investigaciones geológicas sobre una amplia zona, tomaron por un valle hacia el oeste y cruzaron el Tesi Lapcha. Este paso, aunque necesita de cierta escalada de hielo difícil, era conocido de los sherpas y empleado a veces. Cruzaba, a través de una masa de picos de granito espectaculares, una ramificación del macizo principal que se desprende hacia el norte, y da paso a una notable garganta, llamada Rolwaling, que se abre en dirección oeste bajo los precipicios meridionales del Gauri Sankar. Los demás continuamos a lo largo del Bhote Kosi hasta el pequeño pueblo de pastos de Chhule. Desee allí, Murray y Bourdillon, llevando alimentos para cuatro días, continuaron a fin de visitar el Nangpa La, el paso por el cual cruza la ruta comercial de Sola Khombu al Tibet. Por ambos lados de la divisoria se llega a él por un largo glaciar y está situado en un extenso campo de hielo a una altitud de más de 5,790 metros. Que yo sepa, es el paso más alto de una ruta comercial del mundo. Tiene un considerable volumen de tráfico durante la mayor parte del año, y profundos surcos abiertos en el hielo del glaciar atestiguan el paso de innumerables yacks. No pasan caballos por este puerto, no porque sea demasiado alto, pues en el paso del Karakoram, que no es mucho más bajo, se emplean caballos extensamente, sino debido a una curiosa superstición según la cual si alguien intenta cruzarlo con un caballo, no sólo muere el caballo, sino también el dueño. Por el Nangpa La es por donde los sherpas mantienen su estrecho contacto con el Tibet; gran número de ellos lo cruzan cada año, no sólo para comerciar, sino para ir en peregrinación al monasterio de Rongbuk. Desee cerca del paso, Murray y Bourdillon vieron una posible ruta para escalar el Cho Oyu. <\/p>\n

Desde Chhule, Ward y yo nos dirigimos hacia el oeste a un grupo de altas montañas cuya posición en relación con el macizo principal era difícil de precisar. Al cabo de algún tiempo dedicado a reconocimientos, encontramos lo que parecía ser el único camino para atravesarlas, un collado al que dimos por nombre Menung La, Viajando con muy poco peso y llevando provisiones para una semana, cruzamos este collado con Sen Tensing, y vimos que conducía a un gran sistema glaciar cuyo ramal principal se dirigía hacia el sur, lo cual parecía indicar que nos encontrábamos aún en la vertiente meridional del macizo principal. Sin embargo, cuando nos pusimos a explorar nuestros nuevos alrededores, vimos que estábamos en un vasto anfiteatro, muy parecido en muchos aspectos al circo del Nanda Devi, en cuyo centro, completamente aislado del macizo principal, se alzaba un hermoso pico de granito claro. Era el pico más alto del macizo, pues es algo más elevado que el Gauri Sankar, y le llamamos "Melungtse". Vimos que las aguas de la cuenca vertían hacia el noroeste y se hundían directamente en un sistema de tremendos cañones, cuya arteria principal identificamos con el Rongshar. En uno de esos notables ríos que, como el Arun, nacen muy al norte, en la meseta tibetana, y que se han abierto paso por las gargantas de la gran cordillera del Himalaya. Es ciertamente una de las gargantas más espectaculares que he visto. También conseguimos llegar a la cresta de la sierra principal al sur del "Melungtse", en un punto a unos 5,940 metros. Desde allí teníamos inmediatamente a nuestros pies el Rolwaling, a 2,100 metros más abajo. Sen Tensing me dijo que este nombre es una palabra sherpa que significa el surco abierto del arado. Nos sorprendió ver que existía un camino para bajar por los enormes precipicios hasta la garganta. <\/p>\n

Fue en uno de los glaciares del Menlung, a una altura de unos 5,800 metros, donde una tarde encontramos las curiosas huellas en la nieve que han despertado cierto interés público en este país. No las seguimos más de lo que era conveniente, cosa de un kilómetro y medio, porque llevábamos pesadas cargas en aquel momento, y además, porque habíamos llegado a una etapa particularmente interesante en la exploración de la cuenca. Anteriormente, he encontrado muchas veces estas curiosas huellas y he intentado seguirlas, pero siempre las he perdido en la morena o en las rocas laterales del glaciar. Éstas a que ahora me refiero, parecían muy recientes, probablemente de menos de veinticuatro horas. Cuando Murray y Bourdillon pasaron por allí unos días más tarde, las huellas habían casi desaparecido por fusión de la nieve. Sen Tensing, que no tenía la menor duda de que los seres (porque eran al menos dos) que dejaron las huellas eran "Yetis", u hombres salvajes, me dijo que dos años antes, él y otros sherpas vieron uno a una distancia de unos 25 metros en Thyangbochi. Lo describía como mitad hombre y mitad bestia, de 1.67 metros de estatura aproximada, con gran cabeza puntiaguda, el cuerpo cubierto de pelo rojizo, pero la cara sin pelo. Cuando llegamos a Katmandu a finales de noviembre, hice que volvieran a interrogarle en nepalí (yo hablaba con él en indostaní) y no dejó lugar a dudas en cuanto a su sinceridad. Sea lo que fuera lo que él vio, estaba convencido de que no era ni un oso ni un mono, animales que le eran por supuesto muy familiares. De las diversas teorías que se han expuesto para explicar estas huellas, la única que es en cierto modo plausible es la de que sean debidas a un mono langur, y aun está muy lejos de ser convincente, como creo que serán los primeros en reconocer los mismos que la han sugerido. <\/p>\n

Estas exploraciones nos proporcionaron un conocimiento íntimo de una zona de unos 100 kilómetros de la gran cordillera del Himalaya, en terreno hasta entonces prácticamente desconocido de los viajeros occidentales. Esta clase de montañismo, la exploración de picos, glaciares y valles desconocidos, el descubrimiento y paso de nuevos collados para enlazar unas zonas con otras, es la ocupación más fascinante que conozco. La variedad de experiencias, el paisaje continuamente cambiante, el desenvolvimiento gradual de la geografía de la cordillera, resultan altamente satisfactorios, porque proporcionan un conocimiento muy real, casi una sensación de posesión personal, del terreno explorado. <\/p>\n<\/div>\n

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GALERÍA<\/strong><\/p>\n

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Este es un libro de fotografías, y la breve relación de la expedición está destinada solamente a servir de marco a las mismas. Ningún conjunto de fotografías puede proporcionar más que una visión imperfecta de algunops aspectos del país que intenta reproducir. Hay tanto, y desgraciadamente tanto esencial, que no puede representarse: la sensación de espacio y soledad en un alto campamento de glaciar por la noche; la claridad de la atmósfera, lavada por la lluvia, cuando el sol matinal entra a raudales en un valle arbolado; una fantasía lunar en las inconmensurables profundidades de lña garganta del Rongshar; estas cosas deben dejarse a la imaginación. <\/p>\n

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La región del Everest es de extraordinarios contrastes. En un radio de 30 kilómetros desde la cumbre, se da toda la variedad imaginable de terreno montañoso; familiar para los que han seguido los relatos de las primeras expediciones en la alta meseta desértica del Norte, ocre y rojo, con sus ásperas y solitarias montañas y sus casquetes árticos de hielo en miniatura [sic]; al sureste, los glaciares se hunden en valles de densa jungla tropical; al suroeste encontramos alpes encantadores, tales cmo Thyangbohci y Jhumjung, encaramados al borde de profundas gargantas, con herbosos claros y apacibles bosques de pinos, abedules y rododendros. <\/p>\n

\"\" El carácter de los picos es igualmente variado. El Everest mismo es parte del paisaje tibetano, frío, cruel, impersonal. De norte a sur, a pesar de la austera sencillez de su contorno, su forma es inconfundible; plantado cuadrangularmente, es un monumento de fuerza maciza. Makalu y Chomo Lonzo son montañas típicamente himalayas, esbeltas y ditantes, con sus afiladas y enormes aristas completamente remotas con respecto a todo lo que les rodea. Los picos de encima de los valles del Khombu, Ama Dablam, Taweche y docenas más, son delicadas agujas. En ellas parece que, debido al viento monzón húmedo y a los rayos directos del sol, el hielo se adhiere a las laderas de prodigiosa inclinación, ocultando la roca. Agentes desconocidos tallan el hielo formando delicados calados de perfecta simetría. En el marco de las oscuras paredes de un cañón o elevándose sobre los bosques coloreados por el otoño, los picos son increíblemente bellos. <\/p>\n

[Lo que a continuación presentamos es una selección de las fotografías presentadas en el libro de Eric Shipton] <\/p>\n<\/div>\n

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Después de que la frontera tibetana se cerrara para las expediciones que queríanllegar a la cumbre del Everest, la vertiente del Nepal quedó abierta y Eric Shipton, Edmund Hillary y otros expedicionarios exploraron el lado sur para encontrar la que fuera después la ruta de ascenso en 1953. Un libro en donde se muestra que la alta montaña tiene más que sólo subir montañas: tiene exploración.<\/p>\n<\/td>\n

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