{"id":11404,"date":"2000-07-15T00:00:00","date_gmt":"2000-07-15T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11404"},"modified":"2003-04-02T00:00:00","modified_gmt":"2003-04-02T00:00:00","slug":"en_la_isla_tiburon","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/2000\/en_la_isla_tiburon\/","title":{"rendered":"EN LA ISLA TIBURÓN"},"content":{"rendered":"
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[1987]. Estamos un mundo blanco: inmersos en una neblina que sólo permite ver a unos cuantos metros de distancia. El viento, de por sí fuerte, a veces se torna sofocante mientras levantamos el campamento: una tienda aferrada a un pequeño plano en esta montaña rocosa tan especial. Estamos en la Isla del Tiburón, la mayor superficie insular de México. Sabemos qué camino tomar: hacia arriba, toda una arista volcánica hasta el cerro San Miguel, el punto más alto de la isla. Estamos a un par de horas de la cumbre y todo lo que llevaremos ser una mochila con ropa y agua; el resto se quedará aquí y lo recogeremos al regreso. Cada quien carga su cámara fotográfica pero, en medio de esta blancura, ¿saldrán bien las fotos? ¿Encontraremos la cumbre?<\/p>\n

LA ISLA IGNORADA<\/b><\/p>\n

Diciembre 24. Los muchachos han salido a realizar su segundo reconocimiento de las partes bajas de la sierra Kunkaak (en ópata quiere decir ágil, listo, y es como se autodenominan los seris) con el fin de buscar aguajes y hallar una ruta accesible al San Miguel. Yo me quedé en el campamento por la tos tan fuerte que tengo y no me permite caminar bien. Como anoche llovió muy recio y ahora sigue chispeando, los muchachos me obligaron a quedarme aquí. La verdad es que me hará bien. Así que aprovecho para hacer algunos comentarios. <\/p>\n

En la ciudad de México nos habíamos extrañado de encontrar tan poca información acerca de la isla, pero el colmo fue que los propios sonorenses prácticamente desconocieran su existencia. <\/p>\n

En Punta Chueca contratamos a un pescador seri para que nos llevara hasta Punta Tormenta, puerta de entrada a la isla. Ya habíamos viajado desde Hermosillo hasta Kino Nuevo y de ahí, por 28 kilómetros de terracería, hasta Punta Chueca; pero lo que nos faltaba era atravesar el mítico Estrecho del Infiernillo, el lugar donde la corriente del Mar de Cortés se metía a toda velocidad en tan sólo tres kilómetros de anchura. <\/p>\n

Amado González, un seri alto, moreno e impenetrable en la expresión, como todos los seris, parecía traspasar con la mirada el agua marina y ver los bancos de arena que evitaba. Maniobraba con seguridad y mucha calma. Como si fuera un sencillo paseo, nos depositó en la isla conviniendo que el 3 de enero regresaría por nosotros. Aún cuando se marchaba, recordaba su expresión dura, casi fría, cuando le hablábamos de que queríamos pasar a la Isla. <\/p>\n

Punta Tormenta, a tres kilómetros de Punta Chueca, mar adentro, tiene bien ganado su nombre pues aun en los días más calmos, el viento es muy fuerte y barre con lo que encuentra. A unos cuantos metros de la playa pasan grupos de delfines, lobos marinos y tiburones buscando los bancos de peces. Además, hay pelícanos y águilas pescadoras que se lanzan en picada sobre su marina presa. Sería imposible morir de hambre. En un estero que se localiza al sur de la isla, pescamos en sólo dos horas unas 20 lisas y llenamos de almejas toda una cubeta. Esa fue nuestra primera comida en Tiburón.<\/p>\n

EN BUSCA DE AGUA<\/b><\/p>\n

Comienza a escampar y poco a poco volvemos a ver todo lo que está por debajo de nosotros: la sierra Kunkaak desvaneciéndose poco a poco hasta llegar al mar; la Sierra Menor, un poco al norte , la Isla Angel de la Guarda al suroeste y allá, a lo lejos, la península de Baja California. Del otro lado, al oriente casi palpable, está la costa de Sonora. Pese al viento y al frío, comenzamos a subir, pero el día es muy corto en invierno y apenas nos queda tiempo para llegar a la cima y regresar a El Caracol, nuestra base en la isla, una casa que fue construida hace pocos años aquí con el fin de servir de estación de investigación pero que ahora se encuentra abandonada.<\/i><\/p>\n

Hicimos dos exploraciones a las faldas de la montaña en busca de un camino que nos llevara hacia la cumbre, ambas en las laderas del poniente. Después, el día lluvioso que me detuvo en la cabaña. Luego, la tercera exploración al San Miguel, esta vez del lado oriental. El camino era el de siempre, sendas de venados que se desvanecían entre uñas de gato, palosverdes y lechuguillas. Hallamos otras sorpresas en esa nueva vía espinosa: el suelo era arenoso en un espacio, pero un poco más allá se convertía en roca volcánica; después, en rocas de río, para dar paso al famoso pavimento del desierto, ese terreno donde el viento se ha llevado con el paso del tiempo todo grano de arena y las piedras más grandes se han acomodado de tal forma que parecen formar un gigantesco rompecabezas natural: el piso es duro, como pavimento. De ahí el nombre. Todo el terreno era una especie de mosaico formado por parches. Alejandra y Gerardo, estudiantes de geofísica, comentaban que hacer el estudio geológico de la isla sería una tarea interesante pero harto complicada.<\/p>\n

Debido a la ausencia de veredas y a nuestra persistente búsqueda de aguajes (era la clave para sobrevivir en la isla), cruzamos con lentitud el collado que separa el cerro Kunkaak del macizo principal de la sierra. Sin embargo, el problema radicaba en que nuestros objetivos eran meros puntos en una enorme extensión rugosa, puntos difíciles de encontrar. Por la tarde pudimos ver uno de los dos volcanes de la isla, muy cerca de la costa. Luego, nos reunimos y establecimos el campamento en un valle lleno de silencio. <\/p>\n

ANÃ?CDOTAS<\/b><\/p>\n

“Cuídense mucho porque aquí todos los cerros se parecen y casi todos se pierden. No les digo de las víboras porque es invierno y con el frío están escondidas, pero en el verano no camina uno diez pasos sin hallarse alguna. Una vez entró un alemán por Punta Willard (hacia el sureste de la isla), puso su tienda y se adentró. Lo encontramos muerto porque lo había picado una cuernitos<\/i>. Supimos lo que había pasado porque traía la cabeza de la víbora y estaba anotado en su cuaderno.”<\/p>\n

Así, poquito a poco, Juan Hermosillo, el mejor conocedor de la isla, y el sargento Leonardo nos fueron relatando anécdotas de la Tiburón. Allí no se podía morir uno de hambre, pero sí de sed. Era importante que halláramos los aguajes en la sierra, pues fuera del pozo que estaba en El Caracol, 12 kilómetros tierra adentro, no había agua disponible en esa soledad repleta de venados bura, borregos cimarrones, zorros y coyotes. De estos últimos deberíamos tener cuidado pues a un marino le habían salido dos en un atardecer y si pudo después contarlo fue gracias a su rifle. Claro: nunca disparó el arma, pero la posesión de ella le dio la confianza suficiente para regresar a su base, aunque intranquilo y muy vigilante de los entornos.<\/p>\n

“Pero la isla es una chulada. Por Punta Willard hay un Cañón del Colorado en chiquito que es una preciosidad; en el Valle del Tecomate andan las grandes manadas de venados y en la sierra hay borrego cimarrón. Allá en el Tecomate (el extremo norte de la isla) quedó varada una ballena hace una semana cuando bajó la marea; se habrá dormido o algo pero el caso es que se está pudriendo allá.”<\/div>\n

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EL DESIERTO<\/b><\/p>\n

Debemos andar con calma pese a estar cerca de la cumbre; andamos sobre roca, es cierto, pero parece que pisáramos cascarones: granito duro erosionado a lo largo de miles de años, con frecuencia se escucha el golpe seco de nuestros pasos, entonces sabemos que estamos en una costra rocosa, que bajo nosotros se encuentra una cueva de desconocidas proporciones. Por ello cambiamos continuamente de ruta. A veces escalamos y en lo alto, ante los dos abismos que se abren a los lados, nos sentimos insignificantes. El panorama es espectacular.<\/i><\/p>\n

Las dos primeras exploraciones las hicimos hacia el poniente buscando detalles de la sierra y del valle del Tecomate y una vez que nos encontramos lejos de los pocos caminos existentes, comenzaron las sorpresas: astas de venados, huellas recientes de liebres, correcaminos y venados, pájaros azules, rojos, verdes y de todos los colores. Ocasionalmente, huellas de coyotes y zorros. Alguna vez, un campamento de cazadores furtivos, de esos que se meten a la isla en una lancha nocturna y matan venados por grupos para tener carne y, cada vez más, tan sólo por tener sus astas en su casa de trofeos.<\/p>\n

Subimos por la ladera de un cerro y desde ahí valoramos la magnitud de la isla: es tan grande que tuvimos que restringirnos a explorar una pequeña zona. Para conocerla, Juan Hermosillo necesitó 20 años. ¿Qué podíamos hacer nosotros en 12 días? Lo más importante es que ya sabíamos lo que perseguíamos. Entonces planeamos explorar hacia el oriente.<\/p>\n

Más adelante, bajo el Kunkaak, en lo más profundo de una cañada que descendía del cerro San Miguel, hallamos un aguaje: de lo alto de una cañada, prendida a una roca prieta, manaba un diminuto chorro que ennegrecía la pared aun más. Tuvimos que escalar para alcanzar la preciada agua. Pero al llegar, descubrimos que se trataba tan sólo de una línea escurriendo por la pared y tardamos diez minutos en llenar un bidón de un litro. No era ridículo, sino maravilloso. El desierto es así, simple y fuerte.<\/p>\n

Al mediodía llegamos a un collado donde la fuerza del viento nos cortaba la respiración si lo enfrentábamos. Allá, tras esos dos cerros, se escabullía el San Miguel. Podríamos llegar a la cumbre en 24 horas pero volvería a faltarnos agua. ¡Agua! En el desierto la vida radica principalmente en este líquido. Era un paso muy largo para arriesgarnos, así que bajamos por el occidente y regresamos a El Caracol.<\/p>\n

FUEGO EN EL CIELO<\/b><\/p>\n

Diciembre 31<\/b>. Ya eran tres los intentos para llegar a la cumbre de la isla, así que decidimos cambiar nuestro objetivo y realizar una caminata de 20 km hasta punta Willard. Tardaríamos cinco días tal vez y lo más seguro era que regresáramos molidos, pero aun así sería interesante. <\/p>\n

Recorrimos una vez más el camino hacia las tinajas del San Miguel bordeándolo en dirección sur. Realmente me sentía aliviado de la tensión de la montaña. Sencillamente no nos interesaba ya. En cambio, me sentía alegre por nuestra travesía. Recorrer ese paisaje desértico por kilómetros y kilómetros hasta un punto que sólo nos habían mencionado y donde muriera el alemán por la picadura de una serpiente venenosa. Observé la cumbre apuntando al cielo, ahí, tras esa roca… «y luego por la izquierda, se evita aquella pared por el lado derecho, se escala un poco más allá y…» ¡Era la vía de acceso! <\/p>\n

Cambiamos de rumbo y mientras nos abríamos paso entre los espinosos arbustos, escuchábamos el correr de los borregos cimarrones sobre las rocas, escurridizos e invisibles como siempre. Subimos metro tras metro trepando, cuidándonos de las rocas sueltas. Muy arriba, una hora antes del crepúsculo rojizo, nos detuvimos en una plataforma rocosa para colocar la tienda. El espectáculo era impresionante. Los grandes Â?infinitosÂ? espacios abiertos del desierto creaban atardeceres incendiarios y presenciamos el lento paso del arcoiris crepuscular: color tras color, tono tras tono, la tierra se fue durmiendo, se fue cubriendo con su manto de estrellas. Hasta el viento calló… Y las partículas de las cámaras fotográficas se impregnaron de esta magia.<\/p>\n

LA CIMA<\/b><\/p>\n

Estamos muy cerca de la cumbre, las nubes nos han vuelto a cubrir y, si queremos permanecer un rato arriba, hemos de abrigarnos bien pues el viento es fuerte. Trepamos lentamente, casi a ciegas, la áspera, roja y quebradiza roca. De repente, la pendiente se suaviza y luego… nada. Ya no hay más que subir.<\/p>\n

Casi al mismo tiempo, escampa. No hay nada por encima de nosotros, sólo el azul profundo del cielo. Hacia el suroeste, el sol se refleja en el Mar de Cortés. Estamos en la cima de la isla más grande de la República Mexicana. Desde aquí se pueden ver todas las costas de la isla, desde el norte, donde debe seguir pudriéndose la ballena varada, hasta el sur, en aquella Punta Willard que ya no alcanzaremos sino en otra ocasión.<\/p>\n

Estuvimos casi una hora en la cumbre contemplando esa belleza, disfrutando la sensación de sentirse en el punto más alto de esa tierra. Mucha gente dice que el San Miguel tiene menos de 700 metros de altitud, pero nuestra lectura marca 1450 metros sobre el nivel del mar.<\/p>\n

Metimos una nota dentro de un botecito de película y la dejamos bajo una mojonera que construimos. Al parecer nadie había estado antes aquí. Sin embargo, no nos importa mucho porque, de cualquier manera, la Isla Tiburón es un lugar tan poco conocido que cada paso representa, para el explorador que se interna en sus misterios, una nueva aventura.<\/div>\n

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La Isla del Tiburón tiene una extensión de 1,208 km cuadrados, por lo que representa la mayor superficie insular del país. Es propiedad de los seris, grupo étnico ganador del Premio Nacional de Artes y Tradiciones Populares en 1987, razón por la que se necesita el permiso del gobernador de los seris para entrar en ella. Pese a ser propiedad de este grupo, en 1963 la Isla del Tiburón fue convertida en Reserva Natural y Refugio de la Fauna Silvestre. Actualmente se encuentra bajo la jurisdicción de la Semarnap.<\/div>\n

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