{"id":11398,"date":"1999-06-25T00:00:00","date_gmt":"1999-06-25T00:00:00","guid":{"rendered":"http:\/\/montanismo.org\/revista\/?p=11398"},"modified":"2003-03-31T00:00:00","modified_gmt":"2003-03-31T00:00:00","slug":"la_exploracion_geografica_en_mexico","status":"publish","type":"post","link":"http:\/\/montanismo.org\/1999\/la_exploracion_geografica_en_mexico\/","title":{"rendered":"LA EXPLORACIÓN GEOGRÁFICA EN MÉXICO"},"content":{"rendered":"
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Y si es cierto eso de que quien continúa escalando con más de 25 años está loco, yo me siento feliz de serlo.<\/p>\n

Reinhold Messner. Séptimo Grado.<\/i><\/div>\n

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Hablaré de México, este país que todos nosotros conocemos de una manera diferente a la que está acostumbrada la gente. Aquí, en ese espacio geográfico que es la República Mexicana, nosotros, o al menos la mayoría, practicamos lo que ahora se conoce como “turismo de aventura”, “ecoturismo” o “turismo alternativo”, para distinguirlo del turismo común en el que las playas, los hoteles de gran lujo y un escenario siempre igual estaban presentes, no importa el lugar donde nos encontremos.<\/p>\n

“Turismo alternativo” es un buen término para nombrar un cambio en la mentalidad de las personas que lo van a practicar. Tan bueno como los demás, así que no entraré en definiciones y usaré indistintamente uno u otro.<\/p>\n

Sin embargo, hasta hace quince años, no se hablaba de “turismo de aventura”, al menos en nuestro país. Era impensable para la gran mayoría de las agencias de viaje el llevar a sus clientes a lugares donde no había ninguna seguridad, ninguna comodidad y ninguna ganancia para nadie, salvo un puñado de gente. Entonces se hablaba más de montañismo en el más amplio sentido de la palabra (aunque nadie hubiera definido lo que se debiera entender por tal término) o cualquier otra especialidad desarrollada ya en otros países e implantada posteriormente aquí.<\/p>\n

Entonces existía una gran desinformación de lo que era cada uno de estos deportes. La gente pensaba que hacer alpinismo, navegar mar adentro y luego bucear, bajar unos cientos de metros por una caverna vertical o lanzarse en paracaídas, implicaban necesariamente peligro. Esa era la razón por la que no se hablaba de “turismo alternativo”. De ahí que surgiera la palabra “turismo de aventura”, que implica precisamente riesgo, ese riesgo que todo mundo cree ver en cada movimiento de un escalador o en la ausencia de la ciudad por semanas o meses de un explorador.<\/p>\n

Ante todo, habrá que dejar en claro que tales actividades no son peligrosas. Para poder continuar, debo hacer un paréntesis breve y remarcar esto como un principio fundamental.<\/p>\n

Lo más común para nosotros hoy en día es la ciudad. En ellas vivimos hacinados en “pequeñas cajas” sin salir, caminamos por “callejones” de los cuales no se puede salir, nos abstenemos de tomar el sol y el aire y, sobre todo, no hay tranquilidad. Esta es la visión de un tarahumar cuando visitó por primera vez la ciudad de México. Esta visión de un hombre no citadino concuerda mucho con la de un alpinista italiano:<\/p>\n

Estamos expuestos a profundos cambios económicos y sociales, en cuya dirección nosotros, como seres individuales, apenas podemos participar. Esto no es una llamada a la resignación, sino a la autoprotección. ¿Cómo podemos escapar a la automatización de la vida? Defendiendo el derecho a la aventura (1) <\/i><\/p>\n

Así, el turismo de aventura ha surgido como una necesidad clara, indiscutible. Pero no ha sido fácil. La gente que no es aventurera, encuentra siempre el lado peligroso de la situación. Son ellos quienes han puesto marcas casi indelebles a casi todo tipo de acción que no sea el suyo. “Alpinista” es sinónimo de “suicida” o “temerario”. Es una persona que no le tiene amor a la vida, según ellos. Lo mismo pasa con todos los que practican otro deporte que no sea de pista.<\/p>\n

Ellos mismos, los que colocan adjetivos a situaciones que no han vivido, son los que escriben novelas y hablan de una tormenta “furiosa” o una naturaleza “hostil”, como si a la naturaleza le importáramos. Para sólo poner un ejemplo: si hay un ciclón en el océano, no es más que una tormenta tropical. Pero si llega a tierra y causa destrozos, entonces la naturaleza se vuelve “enemiga”. El punto de vista lo da quien lo vive y así, la mayoría de los calificativos son más antropocéntricos que reales.<\/p>\n

Pero regresemos a los deportes de aventura. Hablar de peligro como sinónimo de ellos es algo que no es gratuito, por desgracia. Hay que reconocer que practicar uno de estos deportes implica riesgo. Sin embargo, cruzar una avenida también implica riesgo. La diferencia sustancial es que hemos aprendido a vivir en la ciudad y que no vemos el cruce de las calles como un peligro, salvo para los niños pequeños, a quienes tomamos de la mano y les enseñamos a hacerlo con toda cautela. De esta manera aprenden las reglas de ese juego que se llama cruzar calles. <\/p>\n

En los deportes de aventura sucede lo mismo. Quien tiene experiencia y una mente despejada y libre de prejuicios, difícilmente aceptará que su actividad es peligrosa en esencia. Ellos no viven como si siempre hubieran de vivir. Les asalta el pensamiento de su fragilidad y tienen en cuenta el tiempo que ha transcurrido en su propia vida. Por eso es que la viven intensamente. Los mejores escaladores y navegantes que conozco aman la vida a un grado tal que deciden probarla con mucha intensidad.<\/p>\n

Quien, bien dotado por la naturaleza, recorre la montaña desde su infancia, realiza centenares de ascensiones, franquea innumerables obstáculos, va adquiriendo paulatinamente un pie más seguro, unos dedos más fuertes, nervios más sólidos, un cuerpo más robusto, una técnica más refinada. De este modo puede alcanzarse un dominio y una experiencia tales que, incluso en ascensiones de la mayor dificultad, domina la situación hasta el punto de no correr ya riesgos importantes y conservar siempre una amplia reserva de fuerza y energía. Las montañas, que antaño le parecían un mundo lleno de misterios y emboscadas, se le hacen familiares y amables. Las paredes que, ayer, reclamaban todo su valor y toda su energía, sólo le ofrecen ya una agradable gimnasia. […] «Para que vuelva a haber aventura, es necesario que la montaña se erija a la altura de sus conquistadores». (2) <\/i><\/p>\n

A lo largo de los años, ellos han aprendido las reglas de su propio juego y las han dominado. Alguien, en algún momento, les tomó de la mano y les enseñó un poco de las reglas. Después, siguieron aprendiendo por sí mismos y ven la montaña o el mar o las cavernas como un medio en el cual se desplazan casi instintivamente. Existe el peligro, por supuesto, pero como conocen lo que puede suceder, están siempre pendientes de ello.<\/div>\n

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Con los deportes de aventura desarrollan una mentalidad que les hace pensar en vivir cada minuto. Saben que el riesgo existe y que en caso de una falla ningún árbitro los sancionará, sino que se producirá algo de lo cual sólo ellos serían culpables. Por eso esperan lo mejor pero se preparan para lo peor.<\/p>\n

Si continuamos por este camino, encontramos pronto que la aventura, tal como nos la presentan los medios masivos de comunicación no es más que una actividad con riesgos que controla una persona (el guía) y que dura tan poco tiempo que no es posible inculcar la esencia de «no peligrosidad» a esos «niños» que hemos tenido de la mano.<\/p>\n

Sin embargo, el guía no se considera a sí mismo como un instructor. De hecho, no lo es. Es sólo la persona que controla la situación, pero muy rara vez enseña algo. Los papeles de instructor y guía debieran ser replanteados en una sesión aparte como parte del mejoramiento de lo que actualmente se llama turismo de aventura.<\/p>\n

Esto es en el turismo de aventura. ¿Qué pasa en la aventura que no tiene turistas? Sucede, como podrá deducirse de lo anterior, un gran encuentro con la vida, algo que no tiene nada que ver con el raciocinio ni el mundo exterior, sino con todo aquello que llevamos dentro y que pertenece exclusivamente a nosotros. A nadie más. Esa es la diferencia sustancial entre un aventurero y un turista de aventura, que es prácticamente lo mismo que decir “aprendiz de aventurero”.<\/p>\n

Hagamos otra distinción y pondré como ejemplo a un alpinista. No es lo mismo escalar una montaña que ya ha sido ascendida antes por otra persona que llegar a la cima de una montaña que nunca ha sido escalada. No importa su dificultad, ser el primero implica ser un explorador, enfrentarse con ese enigma que representa estar donde nadie más ha estado. Al menos eso es lo que se deduce si uno lee libros sobre historia de las exploraciones geográficas: hay que llegar primero a toda costa o de lo contrario el éxito no tiene sentido. Tal fue el caso del capitán inglés Scott, quien llegó al Polo Sur en 1911, un mes después del noruego Roald Amundsen.<\/p>\n

Uno se pregunta qué es lo que hace tan especial ser el primero. Es imposible plasmarlo, pero lo cierto es que poco a poco los espacios geográficos «desconocidos» van siendo menos, al grado de que en el sentido histórico estricto sólo serían exploradores los espeleólogos que realizan prospecciones en busca de nuevas cavernas, los científicos que bajan miles de metros en los mares o los astronautas en nuevas misiones.<\/p>\n

Así, de repente nos encontramos en un callejón sin salida: actualmente no habría muchos exploradores por mucho que uno se esforzase en serlo, puesto que no hay muchas opciones accesibles. Tendríamos que redescubrir el sentido del ser explorador en cuanto a la aventura. En 1981, Steve Blount escribió un pequeño artículo llamado “Discovery or adventure?” en el cual señala: <\/p>\n

Algunos viajeros poseen la idea de una aventura mezclada con descubrimiento y exploración. En búsqueda de la aventura, pasan por lugares que, aunque conocidos, aún suplen la experiencia personal que define la verdadera aventura… El Amazonas, y lugares como éste, son capaces de ser descubiertos por cada viajero a través de su propias percepciones… La aventura no es más que un encuentro con lo no familiar, el reto al cuerpo o la mente, la experiencia profundamente vivida. (3) <\/i><\/p>\n

Con esto no se quiere decir que toda persona que realice una experiencia profundamente vivida en un lugar conocido, se puede convertir en explorador. Les hace falta algo importante que todavía no hemos vislumbrado con claridad. El escalador inglés Chirs Bonington escribe: <\/p>\n

Existen diferentes niveles de aventura que cabe separar, tal como el atleta distingue entre una carrera de cien metros o un maratón. Las pruebas de cien metros en la aventura son muy intensas pero de corta duración. […] Un escalador solitario que traza una nueva ruta […] sin duda vive una gran aventura, ya que su vida se encuentra literalmente en sus manos […] Se enfrenta al reto de lo desconocido y con los límites extremos del control muscular. Se necesita un nivel intenso de compromiso, pero el periodo en sí es relativamente corto… Los maratones de la aventura se dan en los picos del Himalaya, en los polos y a través de los océanos. La diferencia radica, obviamente, en la proporción, donde el elemento tiempo es tal vez tan importante como el tamaño. El riesgo inmediato y el nivel de capacidad pueden no ser tan concentrados, pero la expedición requiere un dinamismo a la vez físico y meditado, la capacidad de vivir con otros durante un largo periodo de tiempo o, lo que tal vez resulte más difícil, la de estar solo y depender únicamente de los propios medios. (4) <\/i><\/p>\n

Son tres parámetros que definen la aventura per se: el tiempo, la intensidad de lo vivido, un nivel alto de compromiso y, aunque no está explícito en el texto, la autosuficiencia. Esto es lo que mueve a aquellos para quienes la aventura no es un pasatiempo de fin de semana, sino el motor principal de sus vidas. No importa si la aventura es de corta o larga duración, el compromiso ha de ser profundo y el aventurero debe tener los ojos bien abiertos para descubrir un mundo que no conoce y que apenas intuye pero al cual quiere pertenecer. <\/p>\n

En México, la exploración geográfica ha sido limitada. Arqueólogos, antropólogos, botánicos, zoólogos, geólogos, gambusinos, petroleros y otros cuantos más son quienes la han realizado. Todos, con un objetivo determinado. La exploración geográfica en México sufrió un cambio brusco cuando un puñado de personas se propusieron hacer algo que habían soñado tiempo antes. Así surgieron expediciones importantes como la Caminata de las Californias, en donde se recorrió a pie toda la península californiana; la Expedición Barranca Bacís, que era un autentico reconocimiento arqueológico a esa barranca en la Sierra Madre en el estado de Durango, donde se encontraron más de quince sitios arqueológicos nuevos que hoy están siendo estudiados por los especialistas, y otras más, como la travesía en una canoa de huanacastle del Mar de Cortés, desde Cabo San Lucas hasta Vallarta, sin instrumentos de navegación, muy al estilo de Thor Heyerdahl. <\/p>\n

Se puede argumentar que algunas de las expediciones anteriores tienen un objetivo científico más que deportivo. Esto no es nuevo, pues ya el explorador noruego Fritdjof Nansen tuvo que estudiar geofísica para justificar su viaje al Polo Norte. Pero más que justificante, también es el medio. Ser explorador implica convertirse en un científico amateur y conocer teorías, historia, geografía y hasta lenguas. Debo corregirme: no debí haber dicho “hasta lenguas”. En realidad, las lenguas son lo primero con lo que un explorador se enfrenta y con lo que debe vivir durante sus expediciones.<\/p>\n

Hay un solo detalle que no he tocado aun y que está fuertemente relacionado con las actividades de un explorador y un aventurero y su filosofía: la creatividad. Para ser un buen aventurero, sin importar qué tipo de aventurero sea uno, es necesario ser creativo. Si no se tiene esta capacidad, no es posible hablar de aventura. Caeríamos al terreno de lo hollado constantemente por todos, el terreno de la «seguridad», rayana en la sobreprotección. <\/p>\n

Tener como motivación en la vida a la propia aventura es algo que la mayoría no puede entender, pues es creencia general que es un “síntoma” pasajero. Pero si bien no se comprende, se respeta. Después de todo, ¿quién no admira a quien ha hecho algo que jamás nos atreveremos a emprender? Sin embargo, no por ello se es más humano que los demás. Simplemente se vive una vida intensa y creativa. <\/p>\n

El segundo comentario viene de la experiencia: si algo se aprende en el camino de la aventura es que si alguien lo ha hecho antes que nosotros, nosotros también podremos hacerlo. Esto nos lleva forzosamente a que las vivencias de quienes viven una o varias aventuras debieran ser transmitidas, sea por escuelas especializadas, por medios de difusión masivos o por cualquier otro medio. <\/p>\n

No digo “tienen que ser transmitidas” por una sencilla razón: un amigo mío navegó desde Acapulco hasta Tahití en un velero de cuatro metros de eslora en 107 días y con ello estableció dos récords mundiales. Nadie le ayudó. Nadie que no fuera de su familia creyó en él. Años después, mientras platicábamos en la marina de La Paz, alguien le dijo que “era obligación suya ofrecer esa experiencia a los demás”. La respuesta se dio con tono calmado y fue esta: “Si nadie me dio ni un vaso de agua en el momento en que realmente lo necesitaba porque no creyeron en mí, ¿por qué estoy obligado a darles a cambio mi experiencia?” Sin embargo, sigo pensando en que el día que estemos llenos de informes de expediciones y datos, la gente apoyará con más facilidad a quien presente un proyecto.<\/p>\n

Las escuelas de aventura son, actualmente, el medio idóneo para educar al hombre de manera integral. En ellas, cada participante se crea una consciencia de sí y del medio que lo rodea, logra fijar su atención en sus capacidades y rompe con sus propias barreras, pero al mismo tiempo logran encontrar sus limitaciones.<\/p>\n

Es importante que estas escuelas vayan acompañadas de un espíritu de libertad que les permita a los participantes ser autónomos en un tiempo relativamente breve y que puedan plantear sus propios objetivos. Si no existe esta libertad, la creatividad quedará anulada y el trabajo de la escuela será mediocre en cuanto a la formación del individuo y a sus objetivos especiales.<\/p>\n

REFERENCIAS<\/p>\n

(1) Reinhold Messner. Séptimo Grado. RM, Barcelona.<\/p>\n

(2) Terray, Lionel. Los conquistadores de lo Inútil. RM, Barcelona, 1982, Tomo 2, p. 5-6<\/p>\n

(3) Blount, Steve. “Discovery or adventure?”. Outside<\/i>, junio de 1981, p. 23<\/p>\n

(4) Bonnington, Chris. Las Grandes aventuras contemporáneas, Volumen I: “Por mar y aire”. Martínez Roca, Barcelona, 1984, p. 14-15 <\/div>\n

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Ciudad de México, 1999<\/p>\n

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