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Montañismo y Exploración
Isabel Suppé sobrevive montañas
24 marzo 2011

Un accidente en el Condoriri, Bolivia, hizo que Isabel Suppé pasara dos noches a la intemperie con una fractura expuesta después de haber caído 400 metros por una pared que ya había escalado.







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1.- La ausencia

El Campo Base del Condoriri descansa en un lugar idílico a orillas de Chiar Khota, que les sirve de espejo a la grandeza del Condoriri y de otros picos para que idolatren su propia magnificencia.

Cuando Jordi y yo llegamos al bosque de tiendas de campaña después de caminar tres horas desde Tuni, Mario, el encargado del cuidado del campo, nos dijo que faltaban dos personas. Que habían partido hacia la Montaña el día anterior y que no habían regresado. Una chica y un chico. Que sus tiendas esperaban vacías.

El Condoriri, en Bolivia.

Pensamos en salir a buscarlos, pero Mario no sabía a dónde habían ido a escalar. Era tarde y el panorama que nos envolvía era amplio y esférico: un abrazo de picos, colmillos y agujas. ¿Dónde buscarlos? Además, si habían pasado una noche a la intemperie debían de estar muertos: si no por causa del propio accidente, seguro que por el frío de la noche. ¿Qué les habría sucedido? ¿Se habrían perdido? ¿Habrían caído a una grieta? ¿Habrían resbalado de una pala?

Cada vez que nos despertábamos por la noche pensábamos en esas dos personas, en esos dos cuerpos que se debían de estar congelando mientras nuestra tienda de campaña se empapelaba de hielo por dentro. “Ya basta. Ya es suficiente. Llevamos ya demasiados accidentes, heridos y amigos muertos que ya están muertos para tan pocas Montañas, para tan poco tiempo” lamentábamos.

El grupo de rescate en activo.

2.- La presencia

Cuando te dicen que hay una persona herida pero viva en la montaña, ese delicado hilo de vida que respira hielo allá en las alturas se convierte en tu propia vida.

Por la mañana, mientras nos preparábamos con calma para pasear hasta el Pico Austria, un hombre nervioso y angustiado vino a pedir ayuda: un grupo de rescate había subido hacia el Ala Izquierda del Condoriri y había encontrado a las dos personas. El hombre estaba muerto. La chica, aunque con una pierna rota, aún vivía. Había sobrevivido a un accidente y a la helada de todas las horas, todos los minutos, todos los eternos segundos de dos noches consecutivas.

Cuando te dicen que hay una persona viva en la Montaña, esa persona se convierte en ti mismo, el hilo de vida que late en ella se convierte en tu propia vida y la tuya deja de existir. Y sólo corres montaña arriba tan rápidamente como puedes. Y tu ritmo nunca resulta lo suficientemente rápido. Y cada jadeo que exhalas es una burbuja de cariño que asciende hasta donde está ella para arropar y dar fuerza a ese hilo de vida que ahora es tu propia vida.

Cuando te dicen que después de sobrevivir a una caída y a dos gélidas noches una persona respira viva en la Montaña, esa persona eres tú y tú corres a rescatarte a ti mismo.

Cuando por fin llegamos al punto de la ruta donde los guías habían descendido la camilla, en lo alto del corredor, en lugar de un hilo de vida encontramos un torrente de fortaleza, serenidad y lucidez en femenino. Isabel, atada en su interior, asistía y ayudaba explicando cómo se debía bajar la camilla. Asegurándola a los parabolts, Jordi, los guías y otros montañeros bajaron a Isabel hasta la morrena.

Una vez en el filo de la morrena, cambiaron a Isabel de camilla y, entre varios chicos y con un esfuerzo agotador, la descendieron hasta la laguna. Hasta el campo base. Hasta el lugar donde las montañas no son más que un reflejo inofensivo sobre unas aguas mansas y azules.

Un médico que casualmente se encontraba acampado en el campo base entablilló la pierna de Isabel con dos bastones y la ayuda de varias personas. Unas cholas trajeron un caballo y, con la ayuda de varios hombres, Isabel montó sobre sus lomos. Fuerte, entera y robusta, afrontando la situación con una normalidad sorprendente, se alejó como una amazona sobre el caballo guiado por las cholas.

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