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Montañismo y Exploración
En bicicleta por el país de los topes
23 agosto 2008

Se conoce más mientras más lento se vaya, pero si las distancias son grandes, un vehículo puede ayudar. Facun Rekondo decidió viajar por todo México en bicicleta sin tener experiencia previa. El resultado: 16 mil kilómetros de vivencias de todos tipos y un vocabulario impregado de mexicanismos.







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Con la lección aprendida seguí mi camino y regresé por segunda ocasión a “la ciudad amable”, Guadalajara, aquélla a la que había criticado con dureza en la narración de nuestra bici-pato-aventura. Guadalajara era punto de paso en mi camino hacia tierras nayaritas, el estado que, si reparamos en su silueta, podremos compararlo con la figura de una mujer preñada.

Pero el camino hacia Nayarit no estaría exento de incidentes, cuando todavía en tierras jaliscienses, sufrí el primer y único accidente carretero, mismo que se saldó con leves daños físicos y materiales y que se curó con unos tragos de tequila en la población del mismo nombre.

De aquel mi primer paso por territorio del rey Nayar recordaré especialmente a los habitantes de la pequeña isla de Mexcaltitán honrando a San Pedro y San Pablo, representados por dos jóvenes a bordo de sendos bici-carros.

La tierra de la música de banda por excelencia, donde ni siquiera las balaceras interrumpen los acordes de la banda, me recibió con mucha alegría. Me encontraba en Sinaloa, tierra de hombres bravos y de niños cuyas canciones de cuna preferidas son los narcocorridos (creo que los mexicanos me han contagiado su habitual tendencia a la exageración).

En Sinaloa encontré el centro turístico más agradable del Pacífico Mexicano: la ciudad de Mazatlán. Además, fue allí donde un siete de julio de 2003, día de San Fermín, embarqué con todo y rojigualda a la ciudad de La Paz (BCS).

Conforme nos acercábamos a la Península a bordo del barco recibí una probadita de aquel territorio inhóspito pero no fue sino hasta llegar a La Paz cuando descubrí la otra cara de la moneda: estaba cariñoso aquello de disfrutar en vivo y en directo de aquellos paisajes.

En Los Cabos sentí un irrefrenable deseo de comprar un cuerno de chivo y “hacer un poco de justicia” Además de la “opción violenta”, me planteé regresar a Mazatlán a comprar un cachito de lotería y esperar que la diosa fortuna se aliase conmigo para poder retornar nuevamente a la península. Sin embargo, la decisión que finalmente adopté fue aprovisionarme de ocho litros de agua y pedalear hacia el norte como alma que lleva el chamuco.

De mi paso por el sur de Baja California recordaré los oasis de La Purísima, San Isidro, San Miguel de Comondú, San José de Comondú y San Javier; la sierra que me hizo “gigante”; la arquitectura de Santa Rosalía y poquito más. Creo que la lista sería más larga si enumerase las cosas que desearía olvidar.

En Guerrero Negro, una vez aclimatado a las generosas temperaturas que aquel mes de julio del año 2003 tuve oportunidad de padecer en el sur de Baja California, seguí pa'l norte y entre cirios, lirios y colirios llegué a Tijuana, “la ciudad de los peligros”, una ciudad que me pareció interesante por sus contrastes y sus mezclas.

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