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Montañismo y Exploración
Cuando el hambre no se mitiga
30 noviembre 2008

Todos tenemos hambre todos los días, pero cuando ésta llega a ser continua, el cuerpo recurre a varios mecanismos para sobrevivir sin importar si deja de lado otras funciones no esenciales.







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Padecer hambre significa que la sangre no está distribuyendo suficiente combustible. La sangre transporta combustible en forma de un azúcar llamado glucosa, un hidrato de carbono simple que entra con facilidad en las células y se quema con rapidez (ésa es la razón por la que comer azúcar proporciona un estallido inmediato de energía). La sangre repone constantemente su carga de glucosa recurriendo a la provisión de glucógeno del hígado y a los músculos, un hidrato de carbono un poco más complejo que enseguida se convierte en glucosa si se necesita.

La grasa es el primer depósito de combustible que tiene el cuerpo.

Normalmente las reservas de glucógeno se mantienen en un inventario de alrededor de tres días, con un reaprovisionamiento periódico a partir de fuentes externas a través de un proceso llamado comer. Cuando la ingestión de alimentos cesa y la provisión de hidratos de carbono comienza a descender, la sangre recurre a su depósito principal: las células adiposas. La grasa no se quema de manera tan limpia  como los hidratos de carbono y deja un residuo de acetona, excretado en la orina y exhalado en el aliento, que hace que la gente hambrienta tenga un olor parecido al del quitaesmalte.

Con la movilización permanente de grasas e hidratos de carbono y ninguna ingesta de comida para reemplazar la ahora limitada provisión de combustible, el cuerpo toma medidas para reducir la velocidad de consumo. Disminuye su velocidad o tasa metabólica basal y desconecta todas las funciones no esenciales.

El resultado se parece a un apagón.

Se produce una disminución del tiempo de reacción, una producción menor de las células de emergencia que reparan las heridas y luchan contra las infecciones y se reduce la formación de sustancias químicas “superfluas” como las hormonas sexuales, puesto que la reproducción no es exactamente una prioridad cuando nos morimos de hambre. Este ahorro de energía tiene lugar al cabo de unas dos semanas, de ahí que a la gente que hace dieta le resulta mucho más difícil perder peso después de un comienzo prometedor.

Pirámide alimenticia

Esta crisis continua de energía conduce a la exploración y el desarrollo de fuentes alternativas de energía. El cuerpo posee vastas reservas de proteínas, que comprenden más de un tercio del peso corporal, aunque ninguna está almacenada como combustible. Las proteínas proporcionan la estructura y la función de cada sistema del organismo, incluidos los músculos, los huesos, el hígado y los riñones. Pueden ser quemados como combustible y producir casi tanta energía como los hidratos de carbono, pero viene a ser algo parecido a incendiar nuestra casa para no padecer frío.

Aunque quemar proteínas es una señal de desesperación por parte del cuerpo, se hace sin embargo de una manera ordenada. En conjunto, los músculos son los órganos más grandes del cuerpo, y están formados en gran parte por proteínas. Representan el doble de peso corporal que las grasas. Sin embargo, puesto que las grasas se queman con el doble de eficiencia, los músculos representan alrededor del mismo potencial de energía que los lípidos.

El músculo es la primera proteína en ser sacrificada, porque existe en abundancia y porque la pérdida de incluso una gran parte no tendrá un impacto inmediato en la supervivencia; los músculos debilitados pueden funcionar igual. Más críticas son las cantidades mucho más pequeñas de proteínas que forman los tejidos del hígado, el cerebro, el corazón y los riñones.

De modo que el cuerpo hambriento mantiene una rígida jerarquía cuando accede a sus propias fuentes de combustible. Cuando los hidratos de carbono comienzan a escasear, recurre a la provisión de grasas, luego a las reservas musculares, hasta que lo único que queda son las proteínas de los órganos vitales y una cantidad ínfima de grasa, esencial tanto como ingrediente clave en las hormonas como aislamiento térmico para las transmisiones celulares de los nervios y el cerebro. A esta altura, el peso corporal ya se ha reducido a un cincuenta por ciento. El cuerpo se está comiendo a sí mismo.

Tomado de: Kenneth Kamler. Sobrevivir al límite. Ediciones Destino, Barcelona. 2005. 335 páginas. ISBN: 84-233-3741-3, páginas 128-130



 



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