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Montañismo y Exploración
Semana Santa en el desierto

La lluvia había cambiado el color de la tierra de gris o pardo a verde. Lluvia en ese lugar semiárido es vida en abundancia. El viento traía las nubes desde el norte. Y en el desierto, descubrimos a la gente que vive en él. Estas son algunas de las vivencias adquiridas en un lugar que es más amigable de lo que se ve en las fotografías.







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Temprano en la mañana, la gente empezó a llegar para formar sus cubetas y pasar a pescar, pesar y pagar su pescado. El ritual de la pesca comenzaba por acorralar a los peces para que luego otra persona desde afuera del estanque los pesque con su red. Había peces de todos tamaños y uno llegó a pesar seis kilos.



En otro lado se hacía una rifa de un saludable borrego grande que berreaba como si supiera cual era su destino. Otros llevaban su anafre y algunos kilos de comida, no para venderla sino para ellos mismos, que no excluía invitarle algún taco a la gente que llegaba y se ponía a platicar con ellos, como dos forasteros curiosos con cámara para sacar fotos.



Otros iban con sus hijos los cuales se divertían en “la guitarra”, esa enorme piscina que sonó toda la noche al llenarse de agua del manantial que surte el “bombero”, aquel que con su bomba de gasolina conectada a mangueras surte el agua. Dos hombres que vimos en el camino nos reconocieron y contaban a sus conocidos que veníamos caminando “desde muy lejos y además a pie”. Si nosotros estábamos sorprendidos, ellos no lo estaban menos.


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