A cien kilómetros de La Paz, está El Cien. Un pueblo, pequeño. De un lado de la carretera, está una tienda, famosa por el café; del otro, está un campamento de la SCT abandonado. Un lugar perfecto para pasar la noche, sin costo, sin gente y con Don Cástulo. Él no vive en El Cien, pero cuando pasa por allí, duerme en el campamento.
Él es choyero, nativo de la Baja, pero algo tiene diferente: le gusta caminar al sol.
Se mete al desierto, “...mientras más soleado mejor...” y uno o dos días después regresa con un venado.
Vida citadina...
Un día te encuentras en un cuarto y estás a la mitad de algo; un problema de álgebra, una junta, un paciente esperándote. Te preguntas, ¿Cómo llegué aquí? ¿Acaso fue aquella chica que nunca superé? ¿La falta de mi mejor amigo cuando más lo necesite? ¿O es que día con día he trabajado para llegar hasta aquí, siempre con esta meta en mente?
Justo entonces, una voz, un ruido y de vuelta al presente: estás llevando un vida citadina hermano.
No tardé mucho en verlo: llevaba 20 años en la ciudad y mis sueños de la infancia ya estaban desvaneciéndose ante un libro de texto escrito por un científico ruso hace setenta años, ¿qué podía aprender de la vida ahí? Ese genérico libro de texto cuyas páginas todos hemos leído tratando de terminar una tarea más. Necesitaba una salida, y rápido.
Entonces vino el montañismo... Fue mi vehículo fuera de la ciudad. Logró romper la inercia que sólo una silla y un escritorio con una PC pueden crear, y de pronto, mi imaginación estaba de vuelta y había traído algo nuevo de sus largas vacaciones; la curiosidad por lo desconocido.
Fueron dos años de salidas constantes, de muchos libros, equipo nuevo y pronto me encontré planeando una salida en bicicleta, y quería recorrer la península de Baja California.

Así me recibió Baja California, con paisajes impresionantes mientras yo pedaleaba por la ruta panorámica hacia El Rosarito.