Marybeth Bond (recopiladora). Libres como el viento. Relatos de mujeres viajeras. Ediciones Oniro, Barcelona, 2003. 216 páginas. ISBN: 84-9754-049-2
Desde hace unos años han aparecido libros donde se presenta a una o más viajeras presentando sus logros como una versión femenina de lo que es viajar. Libros como el Ascensiones, Querida, esto es el Everest, K2, la lucha de una mujer por la cumbre, Free Climber, Mujeres y montañas y Cuerdas rebeldes, entre muchos otros, son ejemplos claros de esta tendencia: las mujeres ya no aceptan quedarse a la zaga en el mundo de los viajes.
Libres como el viento, pretende dar a conocer la perspectiva de la mujer viajera porque “…empecé a tomar conciencia de que las mujeres viajan de una forma muy diferente a la de los hombres, que nosotras buscamos otras cosas, nos detenemos por distintas razones, que nuestros objetivos y estilos son diferentes y que aquello que nos quedamos de nuestros viajes también lo es.” (Marybeth Bond, p. 11)
Así que la editora toma algunos relatos y los engarza en una secuencia que pretende hacer viajar al lector desde la idea misma de un viaje hasta pensar en que el viaje que se ha hecho no es el único ni el último, sino pensar en el siguiente paso.
El resultado podría haber sido bueno, pero no todos los relatos son de buena calidad y se confunde lo que es el viaje a aquello que es una experiencia intensa. No es lo mismo surfear una ola —aunque su autora diga que es mejor que el sexo— que meterse en el desierto de Thar a lomo de un camello. Y es curioso que la recopiladora haya caído en la trampa de reunir relatos disímiles cuando en la introducción, Devla Murphy delinea este punto claramente:
“Moverse por el mundo se ha vuelto tan fácil y el turismo organizado es tan omnipresente, que en nuestra época es difícil ser un viajero genuino en lugar de un turista.” (Devla Murphy, p. 17)
La mayoría de los relatos son de personas que comienzan a hacer viajes, como la madre que siendo ya muy grande decide hacer un descenso por río Colorado, o la madre que visita a su hija en África y comienza a sentir lo que es viajar.
Sin embargo hay relatos interesantes, como el de Lynne Cox “¡Incluso una babushka!”, que cruza a nado el estrecho de Bering. Pero pese a la intensidad, no puede llamarse a esto un viaje como tal, sino una experiencia. Como la diferencia entre quien usa el trekking en una compañía de viajes y quien lo hace como medio para llegar a su verdadera meta.