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Montañismo y Exploración
¡Qué triste llegar a viejo!
16 noviembre 2004

Al otro día seguimos por la Laguna Madre. Enorme. Por muchos lados, lanchas y, en tierra firme, pueblitos de pescadores. Nos orillamos a uno para recargar agua. Niños que salían de la escuela, hombres que bebían cerveza esperando la salida a la pesca, mujeres en sus casas, una o dos tiendas en el pueblo de tierra lodosa y las lanchas de pesca. Ahí estaba toda su razón de ser.







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Al otro día seguimos por la Laguna Madre. Enorme. Por muchos lados, lanchas y, en tierra firme, pueblitos de pescadores. Nos orillamos a uno para recargar agua. Niños que salían de la escuela, hombres que bebían cerveza esperando la salida a la pesca, mujeres en sus casas, una o dos tiendas en el pueblo de tierra lodosa y las lanchas de pesca. Ahí estaba toda su razón de ser.


Esa noche dormimos en una isla. Andrés se había empeñado en dormir en una quizá para sentirse náufrago, y lo pagamos todos porque las islas son de lodo blando. Dormimos a casi dos metros por encima del agua y seguía siendo blando: el manglar había permitido que la isla creciera. Yo vi una liebre corriendo y eso que era una isla muy pequeña, la penúltima de la Laguna.


Por la noche me fui a platicar con los pescadores. En la oscuridad, debía dirigirme a ellos por sus voces. Pertenecían a una cooperativa y pescaban un diminuto camarón. Debían llevar al menos cien kilos o habrían gastado más en el viaje que lo que ganaran de la pesca. Llevaban dos días y apenas tenían un cajón lleno. Veinte kilos. Iban a sus trampas casi cada dos horas y las revisaban pero no había nada.


Había surada desde hacía dos días. Con este viento del sur había “marea” y la laguna “se vaciaba” en el sur y se iba al norte. Ya no habíamos comprobado: para llegar a la isla tuvimos que bajarnos del kayak y caminar por lodo hasta la mitad de la pierna y llegar a tierra firme, aunque lo de “firme” sea casi una ilusión.


“Sería mejor que cruzaran la barra y se fueran por mar o van a seguir batiendo lodo.”


Una hora después, cuando regresaba a la tienda, presté atención a un ruido fuerte que siempre había estado ahí pero que no había escuchado. Como turbina de avión, el mar lamía una y otra vez la playa de esa angosta franja de tierra. “¿Cómo puede resistir tan angosta franja de tierra tanto? ¿Y si hay huracanes?” El norte nos había llenado el cuerpo de arena. Una pequeña franja de tierra detenía al mar y formaba la mayor extensión acuática de México, a cuya entrada estaba Carmelo Hernández y en cuyo interior pescaban camarones diminutos. ¿Cómo fue esto hace cientos de años?



































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