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Montañismo y Exploración
El Mezquital
11 noviembre 2004

Las luces del pueblo siguen estando lejos y ya he caminado mucho. Los pescadores nos habían dicho que El Mezquital estaba a 5 kilómetros y alguien dijo que si estaba tan cerca, mejor remábamos. Pero estábamos cansados luego de remar todo el día.







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Andar en el mar sin timón era una novedad, al menos en distancias largas porque ya en el Mar de Cortés los había usado. Y era cansado. A la orza aún no le hallaba la función. Si iba metida en el agua el kayak se desviaba ligera pero continuamente hacia un lado. Si estaba guardada, lo hacía al otro. A la mitad, seguía derivando hacia un lado o al otro, nunca pude saber por qué.


Decidimos no seguir. Era tarde y casi oscurecía. El norte anunciado para hoy no llegó. Era una lástima. ¿A qué distancia nos habíamos quedado de llegar? Yo había comenzado a andar con la esperanza de encontrar la camioneta o el pueblo en poco tiempo. A Alfredo le había dicho: “Si a las seis no aparecemos, entonces tendrás que buscarnos”.


Pienso en lo que me dijeron de la escollera. Una entrada a la Laguna Madre. Probablemente no. Después de esa, encontramos otras escolleras que eran más como rompeolas, una especie de protección para que los nortes o los huracanes no se lleve las dunas costeras y se rompa la única y estrecha división entre el mar y la laguna. Agua salina y agua salobre. Dos tipos de vida acuática divididos por una estrecha franja de tierra. ¿Cómo es que no había desaparecido?


Estábamos remando y vimos delfines. Eran delfines, no una mancha en el mar verdoso ni tampoco un tiburón. Delfines. Estaban tan cerca que casi podría tocarlos. No, no podría. Siempre se mantenían a unos metros de mí. Supongo que ya tendrían sus experiencias con los humanos. De repente me descubrí pensando hacia ellos: “No te acerques porque si bien yo puedo tratarte bien, alguien más no lo hará”. Y me dio mucha rabia y vergüenza ser parte de esta especie que todo lo destruye.


Una hora. He caminado una hora. Veo a lo lejos dos puntos de luz que se mueven y se acercan. Debe ser la camioneta. Entonces comienzo el retorno porque además ha iniciado el norte que lanza arena contra mi cuerpo.


Y sí. Alfredo llegó y fuimos a El Mezquital a dormir y cenar. La mariscada, a estas horas, se había esfumado. El dolor de espalda de Abraham también. Y todos nos tiramos a dormir después de cenar. No habían sido 36 kilómetros, sino 68 los que hay desde Bagdad hasta este puerto.





































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