Lionel Terray. Los conquistadores de lo inútil. De los Alpes al Annapurna. Ediciones Desnivel, Madrid. 2002. 366 páginas. ISBN: 84-95760-80-0
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...soy, si esta palabra tiene algún sentido, un montañero. (p. 11)
...lo que más me importaba era la acción y no su precio; porque la acción, en sí misma, posee un valor. (p. 38)
El que, en busca de una belleza y un grandeza sublimes, osa aventurarse en estos lugares, debe aceptar completamente correr ciertos riesgos. (p. 78)
Me parece que ese otro [camino] por el que me encaminé yo, aunque sea más austero y menos espectacular, también lleva a la alegría. (p. 214)
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Lionel Terray es uno de los personajes clásicos y más citados continuamente en la historia del montañismo. Su historial es largo: el segundo ascenso del Eiger junto con Louis Lachenal, su importante participación en la expedición de 1950 al Annapurna, sus primeras en el Fitz-Roy, el Chacraraju y el Taulliraju, el primer ascenso del Makalu y muchos más, pese a lo cual menciona:
"Gaston Rébuffat y yo somos los dos únicos guías de la generación posterior a la segunda guerra mundial que más importantes y más numerosas escaladas de envergadura hemos realizado como profesionales. A pesar de esto debo confesar que yo había esperado en este terreno resultados mejores. Por otro lado, ésa es la única pequeña decepción que me dio el oficio de guía. A pesar de todos los sacrificios que he hecho y de los riesgos que a veces he asumido a fin de poder dedicarme a un alpinismo de envergadura en el marco de mi actividad de guía, el número de éxitos que he obtenido es bastante modesto." (p. 233)
Los conquistadores de lo inútil es el libro donde Terray narra ampliamente sus logros en el alpinismo y su entrada en el oficio de guía de montaña. Como todas las biografías, ésta pasa por el conocido camino desde la niñez hasta sus encuentros y primeras experiencias con la montaña y los hombres con quienes se encuentra para hacer historia. A Gaston Rébuffat lo encuentra siendo muy joven y se sorprende de su concepción del alpinismo, diferente de la que había seguido él mismo:
"Su concepción del alpinismo, hoy corriente, se adelantaba a su época, y era para mí totalmente nueva. Para todos los alpinistas que había conocido hasta entonces, la escalada de montañas era algo parecido a un arte religioso, con sus tradiciones, sus jerarquías y sus tabúes. En esta capilla, el racionalismo no podía entrar bajo ninguna excusa. Como yo había crecido entre los sacerdotes, seguí ciegamente todos sus ritos y acepté todos sus postulados." (p. 43)
Sin embargo, la persona que más influye en su vida es Louis Lachenal, de quien sólo dice: "Sabía que era un escalador excepcionalmente dotado..." (p. 112) Es con él con quien realiza sus mejores ascensiones en los Alpes. Y después le llega una invitación que cambiaría su vida: ir al Himalaya como parte de la expedición francesa que quiere alcanzar la cima del primer ocho mil. La historia de la expedición fue narrada por Maurice Herzog en Annapurna, primer ocho mil y Lionel sólo hace un pequeño esbozo, sobre todo de sus impresiones. Y después menciona:
"En el Annapurna pude disfrutar con extrema intensidad del viaje a otro mundo, la exaltación de descubrir y explorar, así como el amargo sabor de una aventura de gran intensidad dramática. Pero como alpinista me había decepcionado." (p. 323)
¿Qué es lo que Terray busca, una vez que ha ido al Himalaya y que los Alpes se han hecho pequeños para él?
"A mi modo de ver, el alpinismo es, ante todo, una experiencia individual y una especie de arte... Mi sueño era enfrentarme a montañas que, aunque estuvieran a la altura de una simple cordada, presentaran problemas más complicados y exigieran un tipo de escalada con más aventura que las de los Alpes." (p. 324)
Se dirige entonces al Fitz-Roy, en Patagonia y junto con Guido Magnone realiza el primer ascenso. "Gracias a la simplicidad de los medios que habíamos empleado, habíamos conseguido devolver a las cumbres sus verdaderas dimensiones y habíamos dado a las dificultades su valor real. De esta manera, nos habíamos encontrado de nuevo con la aventura montañera en su auténtica pureza..." (p. 337)
Para entonces, Lionel Terray es casi un símbolo en el alpinismo francés y regresa al Himalaya, donde escala el Makalu junto con Jean Couzy, pero ahí nuevamente se encuentra con que ese tipo de ascensiones no le llena:
"Me había visto, cubierto por la escarcha, utilizando las últimas energías que me quedaban tras el feroz combate, arrastrarme sobre la cima en un esfuerzo desesperado. En cambio, en realidad llegué a la cumbre sin lucha, casi sin fatiga. Para mí, en esta victoria, hay algo decepcionante." (p. 350)
Es una desgracia que esta "segunda parte de mi carrera" la haya contado sólo brevemente, esperando encontrar tiempo y ganas en el futuro pues sería muy interesante leer sus vivencias del Makalu, el Fitz-Roy, el Taulliraju, el Chacraraju y el Jannú, entre otras montañas. Pero si bien esta información nunca se podrá leer porque nunca se escribió, es un placer extenderse sobre diversos temas que entonces (1961) se habían tocado muy poco. Guía de montaña profesional habla del oficio de guía:
"Los libros y la prensa han alabado generosamente las virtudes del oficio de guía; suele decirse que es «el más bello oficio del mundo», lo cual es una fórmula vacía que he visto aplicar a muchas otras profesiones... En esta literatura folletinesca que recuerda un poco la prensa del corazón, al guía se le atribuyen siempre innumerables cualidades; no solamente su capacidad de vencer a la montaña es sobrehumana, sino que además es valeroso, fuerte, bueno, honrado y generoso. Éstos no son más que bonitos adjetivos. No hay en este mundo nada tan sencillo y los guías no son más que hombres; por esta misma razón, no pueden tener tantas cualidades y virtudes.
"...no conozco ninguna obra que hable de nuestro trabajo de una forma verdaderamente objetiva e incluso verosímil. Es cierto que el oficio de guía exige cualidades físicas y mentales, y para ejercerlo es necesario ser fuerte, hábil, valiente y capaz de desenvolverse con soltura. Pero, contrariamente a lo que hacen creer las leyendas, no exige que se sea un campeón o un santo." (p. 209)
Esta concepción es sorprendente, sobre todo si se compara con la visión de Gaston Rébuffat, más romántica. Más humana, quita alas de ángel tanto a guías, pero también lo hace con alpinistas:
"...aunque se mueven cerca del cielo, en la pureza infinita de un mundo de luz y belleza, los alpinistas no son ángeles. Siempre son hombres y su corazón sigue manchado por la maldad del mundo del que proceden y al que, pronto o tarde, deberán volver." (p. 157)
En un lado y en otro, Terray suelta de vez en cuando conceptos que siguen estando vigentes para los alpinistas de punta:
"El juego del alpinismo no consiste en exponerse a los riesgos, pero los riesgos forman parte del juego." (p. 79)
"Alcanzar la cumbre de una montaña no es la meta de una ascensión, sino la regla que pone punto final al juego." (p. 92)
"Quien, bien dotado por la naturaleza, recorre la montaña desde su infancia, realiza centenares de ascensiones, franquea innumerables obstáculos, va adquiriendo paulatinamente un pie más seguro, unos dedos más fuertes, nervios más sólidos, un cuerpo más robusto, una técnica más refinada. De este modo puede alcanzar el dominio y una experiencia tales que, incluso en ascensiones de la mayor dificultad, domina la situación hasta el punto de no correr ya riesgos muy importantes y conservar siempre una amplia reserva de fuerza y energía. Las montañas, que antaño le parecían un mundo lleno de misterios y emboscadas, se le hacen familiares y amables. Las paredes que, ayer, reclamaban todo su valor y toda su energía, sólo le ofrecen ya una agradable gimnasia." (p. 201)
"Para que nosotros, que tratábamos de satisfacer aspiraciones más grandiosas que un placer estético o una nueva forma de gimnasia, la única solución consistía en cambiar las reglas del juego, es decir, en medirnos solamente con las paredes más duras o bien atacándolas en pleno invierno." (p. 203)
Libro extenso pero apasionante, se descubre en él a un hombre modesto que señala sus grandes logros diciendo que "esperaba más" aunque pese a esto vivió intensamente gracias a la montaña: "Dentro de unos días cumpliré los cuarenta años. Veinte años de lucha sobre las montañas del mundo me han dejado más fuerzas y entusiasmo de lo que parece tener todavía la mayor parte de mis jóvenes compañeros." (p. 364)
Sus últimas líneas son un golpe a la cordura:
"En cuanto a mí, personalmente, tendré que bajar los grados de la escala. Mis fuerzas y mi valentía ya no dejarán de disminuir. Muy pronto, los Alpes se convertirán para mí en picos mucho más terribles de lo que fueron en mi juventud. Si en realidad no hay ninguna roca, ningún serac, ninguna grieta que me esté esperando en algún lugar del mundo para detener mi carrera, llegará el día en el que, viejo y cansado, encontraré la paz entre los animales y las flores. El círculo quedará cerrado, y por fin seré el simple pastor que añoraba ser en mis sueños de niño." (p. 365)
Lionel Terray murió en un accidente durante una escalada sencilla. La pared lo había estado esperando para que no fuera el pastor que vio desde la pared norte del Eiger.
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Erratas
Página 248, penúltimo párrafo, dice: "La cima más alta del globo, el Everest, ha sido alcanzada por primera vez por una cordada de tres mediocres roqueros..." Debe decir: "dos".
Página 353, antepenúltima línea, dice: "...uno de los tres o cuatro sietemiles que hay en el Perú..." En Perú la montaña más alta, el Huascarán, no llega a los siete mil metros.
Página 356, final del cuarto párrafo, dice: "...la llegada de mis compañeros de la expedición nacional francesa, volví a Liria para darles la bienvenida." Debe decir: Lima, que es la capital de Perú.