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Montañismo y Exploración
UN MUNDO OLVIDADO
1 noviembre 2000

La información recabada en el recorrido en solitario de 1987 sirvió para plantear una exploración importante: si la barranca Bacís estaba llena de leyendas y de tradición oral sobre los







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EL CERRO TACOTÃ?N

La Campana estaba vetada, así que nos trasladamos río arriba, al oriente, y en San José de Bacís establecimos nuestra base de operaciones. Nuestra primera exploración la dirigimos hacia el Tacotín, encima del cual �nos decía la gente� había muchas casas de gentiles. El Tacotín es un cerro enorme que semeja elevarse del fondo de la barranca solo y aislado pero que en realidad es la última manifestación de una pequeña cordillera que viene desde lo alto. Se cuentan algunas leyendas sobre el cerro en San José y en Sapiorís.

Nos dividimos. La mitad del grupo comenzamos a subir, entre espinas y roqueríos que se alzaban hacia el cielo más rápido que nosotros, en busca del único paso hacia la cumbre. Todo el cerro es una muralla rocosa que alcanza casi 200 metros en las partes mas elevadas, pero en algún lugar debía estar el paso. Nos detuvieron todas las defensas que es capaz de poseer una verdadera cima en la Sierra: impenetrabilidad mezclada con espinas o pasos verdaderamente estrechos y verticales. A las tres de la tarde alcanzamos un punto alto desde el que vimos el accidentado camino hacia la cumbre. Accidentado y largo. Tardaríamos tres horas más en llegar allá y debíamos regresar a nuestro campamento ese mismo día. Es invierno y el frío es muy severo. Ese punto es, además, un mirador que tiene construida una terraza... sobre la que hallamos fragmentos de cerámica. Nos estremecimos. Comenzábamos a materializar todo lo que habíamos investigado en bibliotecas y que nos había llevado hasta allí

El segundo grupo se dirigió hacia una pequeña cueva que alcanzaba a vislumbrarse desde nuestro campamento. Los caminos, si existían en verdad, se volvían perdedizos y era frecuente hallar huellas de "jabalines" tan recientes que parecían haber espiado el avance. La sorpresa de los muchachos fue grande cuando llegaron a la cueva: lo que de lejos parecía una simple rajada en la roca granítica, se había convertido en una oquedad de enormes dimensiones: mas de veinte metros de altura y cincuenta de profundidad. Ahí estaban algunas habitaciones en muy mal estado, destruidas por los jabalíes y los visitantes ocasionales de Sapiorís que buscan su ganado. Pinturas rupestres en color rojo, un metate �signo inequívoco de la presencia prolongada del hombre� y pequeños olotes de unos siete centímetros de largo completaban el cuadro.

Por la noche, comentábamos nuestras experiencias. Sabíamos que vivían en lugares tan inaccesibles para defenderse de sus enemigos, pero... ¿de dónde sacaban el agua? La falta de explicación a esta pregunta había llevado a la gente del lugar a sostener que los gentiles la sembraban.

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