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Montañismo y Exploración
LOS MUROS DEL SILENCIO
15 noviembre 2000

La información recabada en el recorrido en solitario de 1987 sirvió para plantear una exploración importante: si la barranca Bacís estaba llena de leyendas y de tradición oral sobre los “antiguos”, habría que ir en busca de los restos de sus habitaciones,.de los cuales se hablaba fuertemente. Este fue el primer paso en la exploración de lo que se llamaría posteriormente “Explorando un mundo olvidado”.







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UNA VERDADERA CASA

"Cansados de escurrirnos entre la otatera, comenzamos a subir directo hacía el cielo. Teníamos enfrente una gran pared que escalar antes de llegar a los resguardos, mas era preferible hacerlo y no tratar de hacer surcos imaginarios en una vegetación que se prendía, arañaba y no soltaba su presa con facilidad. Una pequeña pared siguió a otra, y otra y otra... interminablemente. Se nos atravesaron magueyes, nopales, cardos y mil plantas más. Algunas cayeron cercenadas a nuestro paso; otras vengaron a sus vecinas clavándonos sus espinas en las partes mas sensibles de las manos, de las piernas. Pero seguimos. De repente, nos dimos cuenta de nuestro error: habíamos confundido una terraza ("patilla", le llaman aquí) del cerro con el lugar donde estaban los resguardos, muy lejanos todavía. Regresar por donde habíamos subido no era posible, así que debíamos seguir hacia el cielo para buscar otro lado por donde bajar a lo profundo de la barranca".

El encuentro con "La Ciudadela" nos hizo sentir más optimistas respecto a lo que podríamos hallar. Alguno de nosotros dijo que sólo nos faltaba encontrar una habitación completa, con todo y techo. Si bien al principio no creíamos hallar tal maravilla, teníamos ya la certeza de lo que podríamos encontrar. No se trataba sólo de documentos describiendo una habitación utilizada en el siglo XVII. Ahora que las habíamos visto, sabíamos de qué se trataba.

Dos días después del encuentro con la Ciudadela, subíamos al Cerro del Mono, abriendo camino con nuestros cuerpos y tratando de dejar un rastro que pudiéramos seguir a la bajada con rapidez. Iván y Mario llegaron primero y no ocultaban su sorpresa cuando regresaban a comentar lo que habían hallado. Las palabras murieron en su boca antes de salir porque ya lo tenía ante mí: un lugar plano donde habían sido construidas cinco habitaciones. Una de ellas, la primera, tenía el techo completo, que, aunque destrozado en una esquina, podía considerarse como un prodigio de conservación, una verdadera casa. Nuestra suposición acerca de la manera de construcción estaba confirmada. Cada vez que miro con detenimiento un edificio colonial, me admiro de su antigüedad. Pero entonces estaba observando con detenimiento una construcción que nadie había visto desde hacía quién sabe cuanto tiempo. ¿Cuándo habrán sido construidas?

El resto de las construcciones estaban destruidas en diferentes grados por los jabalíes, quienes las convertían en sus madrigueras. Había detalles interesantes, como una construcción de cinco metros de largo, una dimensión extraordinaria porque hasta el momento, cualquier habitación encontrada tenía no más de 3.5 metros de largo, 1.5 metros de ancho y lo mismo de alto. La segunda habitación, pese a no tener el techo completo, tenía algo que en ningún otro lugar habíamos visto: una pintura frontal en forma de triángulos adornaba el frente. Era asombroso ver una delgada capa de pintura natural �la que veíamos � cubriendo otra que cubría a una tercera: había sido pintada varias veces.

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