[1987]. Estamos un mundo blanco: inmersos en una neblina que sólo permite ver a unos cuantos metros de distancia. El viento, de por sà fuerte, a veces se torna sofocante mientras levantamos el campamento: una tienda aferrada a un pequeño plano en esta montaña rocosa tan especial. Estamos en la Isla del Tiburón, la mayor superficie insular de México. Sabemos qué camino tomar: hacia arriba, toda una arista volcánica hasta el cerro San Miguel, el punto más alto de la isla. Estamos a un par de horas de la cumbre y todo lo que llevaremos ser una mochila con ropa y agua; el resto se quedará aquà y lo recogeremos al regreso. Cada quien carga su cámara fotográfica pero, en medio de esta blancura, ¿saldrán bien las fotos? ¿Encontraremos la cumbre?
LA ISLA IGNORADA
Diciembre 24. Los muchachos han salido a realizar su segundo reconocimiento de las partes bajas de la sierra Kunkaak (en ópata quiere decir ágil, listo, y es como se autodenominan los seris) con el fin de buscar aguajes y hallar una ruta accesible al San Miguel. Yo me quedé en el campamento por la tos tan fuerte que tengo y no me permite caminar bien. Como anoche llovió muy recio y ahora sigue chispeando, los muchachos me obligaron a quedarme aquÃ. La verdad es que me hará bien. Asà que aprovecho para hacer algunos comentarios.
En la ciudad de México nos habÃamos extrañado de encontrar tan poca información acerca de la isla, pero el colmo fue que los propios sonorenses prácticamente desconocieran su existencia.
En Punta Chueca contratamos a un pescador seri para que nos llevara hasta Punta Tormenta, puerta de entrada a la isla. Ya habÃamos viajado desde Hermosillo hasta Kino Nuevo y de ahÃ, por 28 kilómetros de terracerÃa, hasta Punta Chueca; pero lo que nos faltaba era atravesar el mÃtico Estrecho del Infiernillo, el lugar donde la corriente del Mar de Cortés se metÃa a toda velocidad en tan sólo tres kilómetros de anchura.
Amado González, un seri alto, moreno e impenetrable en la expresión, como todos los seris, parecÃa traspasar con la mirada el agua marina y ver los bancos de arena que evitaba. Maniobraba con seguridad y mucha calma. Como si fuera un sencillo paseo, nos depositó en la isla conviniendo que el 3 de enero regresarÃa por nosotros. Aún cuando se marchaba, recordaba su expresión dura, casi frÃa, cuando le hablábamos de que querÃamos pasar a la Isla.
Punta Tormenta, a tres kilómetros de Punta Chueca, mar adentro, tiene bien ganado su nombre pues aun en los dÃas más calmos, el viento es muy fuerte y barre con lo que encuentra. A unos cuantos metros de la playa pasan grupos de delfines, lobos marinos y tiburones buscando los bancos de peces. Además, hay pelÃcanos y águilas pescadoras que se lanzan en picada sobre su marina presa. SerÃa imposible morir de hambre. En un estero que se localiza al sur de la isla, pescamos en sólo dos horas unas 20 lisas y llenamos de almejas toda una cubeta. Esa fue nuestra primera comida en Tiburón.
EN BUSCA DE AGUA
Comienza a escampar y poco a poco volvemos a ver todo lo que está por debajo de nosotros: la sierra Kunkaak desvaneciéndose poco a poco hasta llegar al mar; la Sierra Menor, un poco al norte , la Isla Angel de la Guarda al suroeste y allá, a lo lejos, la penÃnsula de Baja California. Del otro lado, al oriente casi palpable, está la costa de Sonora. Pese al viento y al frÃo, comenzamos a subir, pero el dÃa es muy corto en invierno y apenas nos queda tiempo para llegar a la cima y regresar a El Caracol, nuestra base en la isla, una casa que fue construida hace pocos años aquà con el fin de servir de estación de investigación pero que ahora se encuentra abandonada.
Hicimos dos exploraciones a las faldas de la montaña en busca de un camino que nos llevara hacia la cumbre, ambas en las laderas del poniente. Después, el dÃa lluvioso que me detuvo en la cabaña. Luego, la tercera exploración al San Miguel, esta vez del lado oriental. El camino era el de siempre, sendas de venados que se desvanecÃan entre uñas de gato, palosverdes y lechuguillas. Hallamos otras sorpresas en esa nueva vÃa espinosa: el suelo era arenoso en un espacio, pero un poco más allá se convertÃa en roca volcánica; después, en rocas de rÃo, para dar paso al famoso pavimento del desierto, ese terreno donde el viento se ha llevado con el paso del tiempo todo grano de arena y las piedras más grandes se han acomodado de tal forma que parecen formar un gigantesco rompecabezas natural: el piso es duro, como pavimento. De ahà el nombre. Todo el terreno era una especie de mosaico formado por parches. Alejandra y Gerardo, estudiantes de geofÃsica, comentaban que hacer el estudio geológico de la isla serÃa una tarea interesante pero harto complicada.
Debido a la ausencia de veredas y a nuestra persistente búsqueda de aguajes (era la clave para sobrevivir en la isla), cruzamos con lentitud el collado que separa el cerro Kunkaak del macizo principal de la sierra. Sin embargo, el problema radicaba en que nuestros objetivos eran meros puntos en una enorme extensión rugosa, puntos difÃciles de encontrar. Por la tarde pudimos ver uno de los dos volcanes de la isla, muy cerca de la costa. Luego, nos reunimos y establecimos el campamento en un valle lleno de silencio.
ANÃ?CDOTAS
"CuÃdense mucho porque aquà todos los cerros se parecen y casi todos se pierden. No les digo de las vÃboras porque es invierno y con el frÃo están escondidas, pero en el verano no camina uno diez pasos sin hallarse alguna. Una vez entró un alemán por Punta Willard (hacia el sureste de la isla), puso su tienda y se adentró. Lo encontramos muerto porque lo habÃa picado una cuernitos. Supimos lo que habÃa pasado porque traÃa la cabeza de la vÃbora y estaba anotado en su cuaderno."
AsÃ, poquito a poco, Juan Hermosillo, el mejor conocedor de la isla, y el sargento Leonardo nos fueron relatando anécdotas de la Tiburón. Allà no se podÃa morir uno de hambre, pero sà de sed. Era importante que halláramos los aguajes en la sierra, pues fuera del pozo que estaba en El Caracol, 12 kilómetros tierra adentro, no habÃa agua disponible en esa soledad repleta de venados bura, borregos cimarrones, zorros y coyotes. De estos últimos deberÃamos tener cuidado pues a un marino le habÃan salido dos en un atardecer y si pudo después contarlo fue gracias a su rifle. Claro: nunca disparó el arma, pero la posesión de ella le dio la confianza suficiente para regresar a su base, aunque intranquilo y muy vigilante de los entornos.
"Pero la isla es una chulada. Por Punta Willard hay un Cañón del Colorado en chiquito que es una preciosidad; en el Valle del Tecomate andan las grandes manadas de venados y en la sierra hay borrego cimarrón. Allá en el Tecomate (el extremo norte de la isla) quedó varada una ballena hace una semana cuando bajó la marea; se habrá dormido o algo pero el caso es que se está pudriendo allá."