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Montañismo y Exploración
EN LA ALTA VERAPAZ, GUATEMALA

La Alta Verapaz fue el refugio de los últimos lacandones. ¿Cómo se encuentra ahora? Una exploración de 1999 se interna en la Alta Verapaz y descubre que es más que selva.







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LA MARAVILLA DE SER HOMBRES


Declara el nombre de tus montañas y de tus valles, así dice mi palabra.

Rabinal Achí, escena primera




En la noche, mientras cenábamos, se acercaron los hombres, cruzados de brazos y con la boca llena de kekchí. Uno de ellos, Antonio, hablaba también "castilla" y habló en nombre de los demás.


"Los hombres quieren saber qué hacen ustedes por estos lugares, de dónde vienen. Cuál es su misión. Eso es lo que quieren saber. Nadie como ustedes ha pasado antes por aquí y los hombres tienen muchas preguntas."


Estábamos a cientos de kilómetros de la ciudad de Guatemala, a mucha más distancia de nuestro país. ¿Cómo íbamos a plantearle a esos hombres lo que hacíamos?


Pedí a Antonio que fuera nuestro intérprete para responder cualquier pregunta que los hombres tuvieran. Él tradujo y nosotros esperábamos la primera pregunta. Después de todo, 17 extraños que no hablan kekchí y que son los primeros con mochila que llegan a ese lugar significaba algo parecido a una invasión, pese a que llevábamos nuestra propia comida y no pedíamos nada sino un poco de conversación.


Las preguntas surgieron tímidamente primero. Después, de manera fluida, con camaradería. ¿Qué hacíamos tan lejos de Guatemala? Pero si no son de Guatemala... ¡de México! Eso está muy lejos. Sí. Lo está.


Y así, en medio de la selva, la comunicación entre los hombres se hizo fluida. Entre "castilla" y kekchí. Los hombres de Tutzilá hacían cada vez más preguntas, cada vez más hombres participaban. Las contestábamos. Y notoriamente, los brazos se fueron relajando hasta dejar a los hombres con los brazos colgando, sin preocupaciones. Estábamos entre amigos y más aún: hombres. Eran hombres y nada más. Sencillos y sin prejuicios. Asombrados de que llegáramos ahí sólo de paseo y para conocer más a la gente.


La conocimos en los pocos minutos en que hubo un silencio y nos decíamos todo en esa mudez amplia, llena de entendimiento fuera de palabras. Entonces nos dieron la bienvenida:


"Todos los hombres les dan las gracias por venir a visitarnos desde tan lejos. Y los invitan a quedarse. No tienen de qué preocuparse. Lo único que nos preocupa es que no tenemos suficientes camas para todos."


"Les agradecemos la bienvenida, y no se preocupen: nosotros traemos todo lo que necesitamos. Sólo quisiéramos pedirles que nos dejen dormir en la lomita de acá enfrente."




CONQUISTADOR DE UN PUEBLO

Para llegar a la fuente de agua de Secacao, hay que bajar una pendiente empinada. Sólo entonces podía uno refrescarse. Ahí nos mojamos, platicamos y nos volvimos a mojar antes de subir. Satisfechos, subimos a la tienda de la aldea para comprar "aguas". Una vez todos juntos, alguien preguntó: "¿Dónde está Georges?" Buscamos con la mirada. No estaba. Alguien más fue a buscar su mochila adonde estaban todas las demás. Tampoco. "Voluntarios para ir a buscarlo". Había pasado más de una hora desde que lo viéramos por última vez.


Caras asombradas ante la presencia de un hombre de color blanco, solo. Preguntaba algo en una lengua que no era kekchí y nadie entendía. De persona en persona, de pregunta en respuesta, se fue acercando más al pueblo. Las casas grandes se veían cada vez más cerca. En una casa le dieron pozol y a medio entenderse lo enviaron a la escuela porque ahí habría gente que hablaba su misma lengua. Encontró no sólo a una persona sino a casi todo el pueblo congregado, curioso por su presencia. Preguntaba algo sobre sus compañeros y nadie los había visto. No era posible. Iba detrás de ellos y ahora se habían esfumado.


Suelo duro, incapaz de guardar huellas. Con Gerardo y Oliver tras de mí, seguí caminando. "Aquí va su rastro", pero mis compañeros no notaban nada fuera de lo común en ese suelo duro. "Hazme caso: por aquí pasó". Caminamos rápido y a veces nos deteníamos para constatar el rastro pero, ¿cuáles huellas si no se veía nada que no fuera tierra maciza? Ni una señal, ni una pisada. Más adelante, hallamos un lodazal con la huella claramente delineada: el tamaño y la forma de las botas, el dibujo de la suela, la profundidad con que estaba sumida. Entonces me creyeron. Ahí estaba el rastro.


Después de platicar con mucha gente, fue a la tienda para saciar su sed y su hambre. En cuanto terminó de pagar, aparecí por una vereda. "Hola". "¡Caray! No se puede perder uno cinco minutos porque luego se ponen a buscarlo... y lo encuentran". Sí. Lo encontramos y debíamos regresar al pueblo anterior, adonde estaban los demás. De regreso, encontramos primero a Oliver y luego a Gerardo, que se habían dedicado a buscar en veredas alternas.


"¿Qué te pasó? ¿Adónde fuiste a dar?"

"Conquisté un pueblo yo solo".


Todos reímos.


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