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Montañismo y Exploración
EN LA ALTA VERAPAZ, GUATEMALA

La Alta Verapaz fue el refugio de los últimos lacandones. ¿Cómo se encuentra ahora? Una exploración de 1999 se interna en la Alta Verapaz y descubre que es más que selva.







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SINCHEU

Selva densa, sin cielo. Piso verde, paredes verdes, cielo verde. Verde el mundo, sudoroso como nuestra piel, resbaloso en cada rama que se pisaba, filoso como la piedra que tocábamos con la mirada, temerosos de cortarnos. Y húmedo. Era una de las veredas poco transitadas de la selva. El rastro de los hombres que, cargando un saco de maíz a la frente, habían pasado antes que nosotros se perdía con mucha frecuencia entre tanta hojarasca. Hubiéramos buscado la vereda mucho tiempo si estos dos hombres no hubieran pasado con su carga, a paso lento pero continuo.


Paso de hombre que sabe caminar en la selva. Así de escondida estaba la senda. Caminaron como si no llevaran carga, con sus altas botas de plástico y la mirada fija en el piso, el oído atento a lo que les rodeaba, el machete a la cintura.


Pero se nos perdieron rápidamente, como si se hubieran convertido en la jungla misma, silenciosa cuando se quería escuchar algo y no se escuchaba más lejos que los árboles oscuros cuyas raíces se enredaban en los pies.


De repente, tras horas de andar en esa senda, la selva se abrió para dar paso a una visión magnífica: un enorme valle lleno de maíz, con casas dispersas y un arroyo fresco donde nos remojamos, donde bebimos todo lo que cupo en el estómago. Y aún así, sentimos que debíamos beber más.


Todavía tuvimos que pasar un puente de troncos que se sostenían en una rama de árbol vivo y trenzadas con bejucos y lianas. El puente más primitivo que habíamos visto. Entonces nos topamos con la gente y su lengua: el kekchí. Conforme nos adentrábamos en la pequeña sierra, era mas frecuente la gente monolingüe. Gente honesta, sincera, con la sonrisa abierta que nos ofreció para almorzar tortillas, pollo, chile. ¿Necesitábamos más?


CAMINO NOCTURNO

En la oscuridad de la selva del crepúsculo, los pies andan, se tropiezan con las rocas, con la yerba, con las hormigas que se suben por los pies si uno se detiene un momento a descansar y no se fija. Caminamos en la semioscuridad del crepúsculo, pero pronto aparecen dispersos los haces de luz de las linternas. Habrá que andar recio para llegar pronto. El camino ha sido largo y confuso. Tuvimos que andar por casi tres horas hasta decidirnos por el retorno. La vereda había dejado de ser amplia y parecía más aquella que toman los hombres para ir a sus labores que la que comunica a dos comunidades.


Vamos a Tutzilá. Nos dijeron que estaba a hora y media de camino hacia el sur. Para entonces ya habíamos aprendido otras palabras en kekchí: "lejos" se decía "una hora"; "muy lejos" se decía "dos horas". "Hacia Cahabón" era simplemente "pa allá". Caminamos hacia el sur y luego, por la tarde, durante mucho tiempo hacia el oriente. La comunidad a la que íbamos no aparecía en nuestro mapa y no había marcada ninguna vereda. Ibamos hacia un punto que sería imaginario hasta estar realmente en él. A las cinco y media de la tarde, después de que Fernando fuera a avistar si se veía una población cercana, decidimos regresar. Debíamos regresar a Sincheu porque teníamos muy poca agua y abastecer a 17 personas en la selva es un verdadero problema. Nadie pensaba en los animales de la selva en ese momento del crepúsculo, sino en las piedras que había que sortear para caminar sin tropezarse.


Si no seguimos avanzando fue por algo muy elemental, una cortesía que nunca dejamos de cumplir: no llegar jamás de noche a un poblado donde no nos conozcan. Un grupo de extraños que surgen de la selva en plena noche a un poblado puede causar malos entendimientos. Por eso decidimos regresar, no importaba si era de noche. Una buena caminada en la selva es buena y llegaríamos a una aldea donde ya nos conocían: Sincheu.


Los hombres, despertados por el ruido de nuestra llegada, acudieron para ver qué pasaba y poco a poco comprendieron. "Se perdieron", dijeron. Una hora más y hubiéramos llegado a Tutzilá. Pero hubiéramos arribado al oscurecer y causado alarma. Y nosotros, cansados, aceptamos que habíamos perdido el camino bueno.


A Tutzilá llegamos al otro día.


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