CAMINATA DE LAS CALIFORNIAS
La peninsula de Baja California siempre ha sido un imán para viajeros y aventureros. Recorrida de todas las formas imaginables, ¿quedaba algo que hacer nuevo? En 1989, Carlos Lazcano, Carlos Rangel y Alfonso Cardona recorren la ruta de las
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EL VOLCAN DE LAS VIRGENES
El 3 de marzo llegamos a San Ignacio, aquella misión que los mismos jesuitas consideraron "frontera" durante mucho tiempo porque al norte se extendÃa el árido Desierto Central, el lugar donde no hay agua y donde todo aquello que tiene lÃquido es exprimido hasta deshidratarse. Pero junto a San Ignacio está el volcán más alto de toda la penÃnsula: Las Tres VÃrgenes. A un ranchero le habÃamos preguntado si habÃa un camino para ascender. "SÃ; yo subà una vez hasta arriba porque todas mis chivas se treparon al monte y a'i voy a bajarlas". El dato quedó en mi mente hasta que decidà ascender el volcán durante uno de los dÃas que tomamos de descanso en San Ignacio.
Cuando atravesé el larguÃsimo pie de monte del volcán quedé completamente espinado por la falta de vereda y la abundancia de defensas vegetales. Pero, finalmente, hallé una senda que me adelantó hasta un pequeño puerto. Ahà me desvié hacia el volcán, pues habÃa ido ascendiendo entre el volcán El Azufre y el de Las Tres VÃrgenes. Fui a dar a un extenso campo de lava en el cual se debe andar con mucho cuidado porque un tropezón ahà significa con toda seguridad una fractura. En la antecumbre, la vegetación se hizo más densa y me dificultaba el paso al grado de avanzar 10 metros por minuto. AhÃ, mi pulso ascendió a 190 por minuto. Estaba cansado. [...] A las 15:00 horas llegué a la cima. Esperaba el cráter tÃpico de un volcán pero me encontré con que lo que habÃa sido un cráter se habÃa destruido y sólo quedaban dos cumbres; en la principal habÃa una cruz en la que se leÃa: "Volcán de las Tres VÃrgenes. 1994 m. En memoria de los heroicos mineros de Santa RosalÃa." Sólo me faltaba el regreso y por eso me desesperó no poder hallar el camino que habÃa abierto de subida. Más abajo me di cuenta que la noche vendrÃa antes de que llegara al vehÃculo. PodÃa vivaquear pero de cualquier forma tratarÃa de llegar.
Con el atardecer vinieron las infinitas tonalidades del crepúsculo y en un descanso Â?habÃa guardado la cámaraÂ? nos encontramos frente a frente un borrego cimarrón y yo, a menos de cinco metros. Ambos nos sorprendimos y él salió huyendo. Yo me quedé quieto y maravillado por mucho tiempo. Caminé mucho tiempo de noche y finalmente localicé el vehÃculo. Al hotel donde descansaban mis compañeros llegué a las 12:20 de la noche. Mi aspecto era desastroso porque estaba todo rayado y el rompevientos estaba totalmente desgarrado, pero en esos momentos era el hombre más rico del mundo: un borrego cimarrón que no habÃa podido olfatearme Â?porque el aire estaba a mi favorÂ? era algo que bien valÃa la pena todo el cansancio que llevaba. No se trataba de ascender sólo para buscar paisajes hermosos, sino de todo un reencuentro con la naturaleza. ¿HabÃa valido la pena subir durante un dÃa de descanso? ¡Por supesto! ¿qué más podÃa pedir?" [Bitácora: marzo 6, 1989].
Estábamos contentos porque todo estaba saliendo bien. Nos quedaba todavÃa bastante tiempo por caminar, muchas experiencias que obtener (quizá la más difÃcil serÃa el Desierto Central), pero, estábamos seguros, llegarÃamos a nuestro objetivo si seguÃamos trabajando como lo habÃamos hecho hasta entonces: juntos.
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