COMONDU VIEJO
El 20 de febrero habÃamos regresado a La PurÃsima, luego de llegar caminando a la costa del PacÃfico, a la desembocadura del único rÃo, digno de tal nombre, en toda la penÃnsula. HabÃamos seguido el camino que Isidro Atondo y Antillón, junto con el conocido jesuita Eusebio Francisco Kino, realizaron en 1684-1685. Aunque, a decir verdad, no lo hicimos por completo porque faltaba por ubicar un punto extremadamente importante: la antigua misión de Comondú o Comondú Viejo, como se ha dado en llamarla para distinguirla de su sucesora. Seguimos el camino que habÃa sido trazado por investigadores anteriores y sólo comprendimos el error al releer por enésima ocasión el diario de Atondo.
Comondú Viejo es un paraje donde sólo hay un rancho y los restos de la misión son utilizados actualmente como chiquero, un triste destino para tan gran esfuerzo del siglo XVIII. Pero nadie conocÃa la ubicación de este lugar y nos costó todo un dÃa dar con él, pues le llaman ahora de otro modo. Ahà conocimos a don Leopoldo Perpuli, una persona mayor, pero de ninguna manera anciano porque todo él irradiaba juventud y fue la única persona que conocÃa bien la historia de Baja California. Lejos, en una casa donde no hay energÃa eléctrica y donde se tiene que trabajar de sol a sol, habÃa aprendido la historia de su tierra, habÃa adquirido poco a poco una pequeña biblioteca y era quien más comprendÃa lo que hacÃamos. Con él nos transportamos al pasado cuando vimos una cuera y todas las "armas" (aperos) que usan los vaqueros de la Baja California Sur, instrumentos de utilización cotidiana que ya se creÃan parte de la historia irrecuperable.
EL RIO
El 16 llegamos a Cuba. "SÃ: Cuba. Es un poblado pequeño de casas construidas con paredes de petates y techos de palma porque el lugar es sumamente árido. De esa aridez y calor se baja una pendiente suave y en cosa de 30 ó 40 metros nos vimos rodeados de palmeras, naranjos y todo tipo de árboles frutales. ¡Una verdadera maravilla! A un lado está el rÃo, cada vez más ancho y profundo" y unos kilómetros después arribamos a La PurÃsima. Lo que primero buscamos fue, por supuesto, la misión, pero lo que de ella queda es sólo el recuerdo, pues en el lugar donde debÃa estar, hay ahora una refaccionaria automotriz. Nos mencionaron que los dueños del negocio hicieron pasar máquinas para destruir lo poco que quedaba de la misión y sólo se pueden ver un par de tumbas muy antiguas que parecen más un monumento a lo que fue el lugar. ¿Cuánto tiempo sobrevivirán? Una mujer salió a platicar con nosotros acerca de las tumbas y de la importancia que la misión tenÃa para el lugar, pero alguien dentro de su casa le gritaba para que se metiera y no siguiera dándonos informes.
Para no faltar a la costumbre de un explorador que recorre tierras que no les son propicias y sin un objetivo claro para las personas del lugar, nos confundÃan con "gringos", fayuqueros o buscadores de tesoros. En La PurÃsima, Carlos Lazcano se dio el placer de hacer creer a un señor que buscábamos tesoros. Por supuesto, se trataba de alguien que "conocÃa" muy bien los lugares donde estaban los entierros, que sabÃa de personas que se habÃan vuelto ricas por sacar "apenas un poco" y que sólo esperaba nuestra participación para llevarnos al lugar y compartir las fabulosas riquezas "como no se han visto antes en el mundo". La única condición era, por supuesto, tener una buena máquina para buscar los tesoros. En La PurÃsima hay una formación a la que denominan Los Siete Tesoros y se cuenta que en ellos hay o hubo riquezas inconmensurables.
Lo más imponente de este lugar es el rÃo, que llega a tener más de cien metros de anchura en la Poza del Cantil, un verdadero paraÃso en esta tierra de calor. "Como a las 11:00 fuimos a desayunar a la Poza, un lugar precioso al que se llega siguiendo una vereda; se trata de una gran roca que recibe los rayos del sol todo el dÃa y que sirve de plataforma para echarse un buen clavado. Para desgracia de los muchachos, ellos no se metieron y sólo me vieron nadar a mis anchas y en traje de rana. El agua estaba frÃa pero el calor lo ameritaba, asà que nadé cosa de media hora, me bañé y luego salà a lavar trastes, mi participación en la comida."
A partir de La PurÃsima iniciamos, los tres, nuestro primer viaje juntos. Hasta el momento Alfonso habÃa manejado nuestro vehÃculo la mayor parte del tiempo; cuando el terreno no significaba gran dificultad para el chofer, conducÃa yo. Era Carlos Lazcano quien habrÃa de caminar toda la penÃnsula y más allá aún: hasta la misión de San Diego de Alcalá. Asà que era la primera ocasión que caminábamos los tres juntos. Nuestro objetivo era "la mar del sur", el PacÃfico, el océano que alcanzaron Atondo y Kino en 1685 en el primer recorrido transversal de la penÃnsula.
LA BOCANA
Durante un par de dÃas seguimos el curso del arroyo (le llaman asà a cualquier curso de agua, lleve o no el vital lÃquido) y alcanzamos el rancho San Gregorio, último punto habitado antes del mar. Pero sólo tomamos agua e informes y seguimos hacia la costa. Bordeamos todo el estero y, al mediodÃa, tocamos las aguas del PacÃfico. AhÃ, entre agua salada y dulce, está la Bocana, un pueblo de pescadores digno de verse porque subsiste pese a no tener agua potable y si lo hace es porque "exporta" lo pescado a Ciudad Constitución. Pero la vida ahà no es fácil, uno puede percatarse de ello al estar ahà media hora tan sólo. Alfonso, amante de pescados y mariscos, consiguió un par de peces fritos que rompieron nuestra monótona dieta de comida deshidratada. Pero lo importante era que ya habÃamos cruzado Baja California. HabÃamos hecho una aportación importante al establecer la ruta original de Atondo y Kino sin los errores que los investigadores habÃan colocado en numerosos estudios.