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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte XII
25 enero 1999

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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En el campamento IV encontró mis preciosas tabletas antidispépticas. Llamé a Wish y le anuncié la noticia. Le dije que estaría en el campamento II al día siguiente y en el campamento I al otro día. Tomé una frugal comida y me acosté temprano. So Lo y Pong vinieron a eructar a mi tienda; creí que querían decirme con ello "Buenas noches".


Fue un doble eructo lo que me saco de mi sueño al día siguiente por la mañana. Mire con desconfianza a los dos yogistaneses, pero Pong había traído un trozo de cuero, pensando que me gustaría comerlo con las lentejas y el pemmicam. Esto me pareció un gesto amistoso, y me avergoncé de mis sospechas.


Guardo pocos recuerdos de los dos días siguientes. A nueve mil metros llamé a los otros y les pedí que me guiaran hasta el campamento I. Se mostraron muy amables, pero sus detalladas instrucciones no sirvieron más que para hacerme dar vueltas. Me hizo feliz, sin embargo, oír de nuevo la voz de Burley. En fondo sonoro, mientras él me hablaba, yo oía ecos de canciones, y de vez en cuando una voz amistosa intervenía en la conversación para preguntar: "¿Como está ese viejo Lazo de Unión hoy?", o bien: "Lazo de Unión, mi viejo, ¿le he contado alguna vez el chiste de la joven que iba a comprar huevos?", y así seguían. Burley mismo propuso cantarme algo. Esto era muy amable por su parte, y después de tantas jornadas solitarias, eso me conmovía hasta las lágrimas; pero esto no me ayudaba a encontrar el campamento I.


Terminé por renunciar a ello. Anuncié que iba a descender hasta la base avanzada y les dije que me siguieran al día siguiente. Burley consultó a los demás, y oí a Shute decir: "¿Por qué no? De todas formas, ya no queda más." Sin duda, se refería a la película cinematográfica.


He discutido después con Totter el misterio del campamento I. ¿Por que no logré jamás descubrirlo, a pesar de las instrucciones repetidas que se me prodigaban? ¿Por que Constant había podido encontrarlo tan fácilmente cuando había descendido del campamento II? ¿Y por qué a los otros, especialmente a Burley, que no había subido de allí, les costaba tanto trabajo dejar el campamento? ¿Se trataba de un fenómeno climático local comparable a la atmósfera enervante que se encuentra a veces sobre un glaciar? No llegamos nunca a una explicación satisfactoria. Hasta hoy, el enigma del campamento I continua sin solución.


Descendí, pues, a la base avanzada, y un día más tarde estabamos de nuevo todos reunidos por primera vez desde hacia más de quince días.


La cuestión que se planteaba era esta: ¿que se podía hacer por Prone?


El telescopio de Jungle reveló que el campamento de base estaba todavía instalado sobre la cumbre. En cuanto a la nube sombría que planeaba por encima de las tiendas, era, a no dudarlo, el humo procedente de noventa y dos pipas de groku. ¿Tenían la intención de quedarse allí, como se temía Prone, hasta recibir nuevas órdenes o hasta ver agotarse los víveres? Constant consultó a los portadores, que le afirmaron que era esto, ciertamente, lo que iba a pasar. La consigna —dijeron— era la consigna, y la consigna, en tal circunstancia, era transportar el campamento de base hasta la cumbre y esperar allí al resto de la expedición.


Era evidentemente necesario enviar allí a alguien. Pero ¿a quien? Como ninguno de los europeos estaba en condiciones de intentar la ascensión, había que recurrir a los portadores. Constant pidió voluntarios, lo que tuvo resultados decepcionantes. Designó entonces a dos, dándoles la orden de subir hasta la cima. Después de una agotadora discusión sobre las tarifas de las horas suplementarias, cogieron sus sacos y partieron sin manifestar ni entusiasmo ni repugnancia excesivos. Para ellos, aquello no salía de lo cotidiano.


El col Sur no era apenas un sitio para montañeros al límite de sus fuerzas. Al día siguiente descendimos hasta el glaciar y plantamos nuestras tiendas al pie de la cara Norte.


Y allí esperamos.





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