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Montañismo y Exploración
Al asalto del Khili-Khili, Parte IV
30 noviembre 1998

La montaña más alta del mundo no es el Everest, sino una que tiene más de catorce mil metros. Esta es la historia de su primer y único ascenso. Una novela que, además de divertida, es la única que trata al montañismo de forma sarcástica.







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Capítulo V

EL CAMPAMENTO DE BASE


En el campamento de base comenzamos a prepararnos para la tarea que nos esperaba. Nuestro primer cuidado fue aclimatarnos. Obtener lo mejor de cada uno de los miembros que componen una expedición de este género es uno de los problemas más delicados que se plantean a un jefe digno de este nombre. Este problema, en efecto, es triple, y comprende tres puntos: fatiga, aclimatación y enfermedad. La cuestión de la fatiga tiene un doble aspecto: si un hombre trabaja demasiado, se agota; si no trabaja, se hace perezoso. En cuanto a la aclimatación, es igualmente un problema triple: primero, un hombre debe pasar algún tiempo en altura antes de poder trabajar efectivamente; segundo punto: si permanece demasiado tiempo a grandes alturas, su salud se resiente; tercer punto: sin duda, podrá recobrar fuerzas si desciende a alturas normales. El factor psicológico viene aun a complicar más las cosas, y en esto no tengo más que un principio, pero al cual me atengo siempre: un escalador satisfecho es un buen escalador.


Gracias a los notables esfuerzos de Prone, la expedición permaneció al abrigo de los ataques de la enfermedad. Todo el mundo estaba en excelente forma física, con excepción del pobre Burley, a quien el clima del campamento de base fatigaba considerablemente y que no se acostumbraba tan rápidamente como los otros, y de Prone, que sufría síntomas extraños y complicados: palidez, sudores abundantes, pulso rápido y débil, temperatura por bajo de lo normal, suspiros, nerviosidad, sed, enfriamiento de las extremidades, debilidad, vértigo y zumbidos en los oídos. El pobre estaba irritado de encontrarse en este estado y también de ser incapaz de formular un diagnóstico. El misterio terminó siendo aclarado gracias a Constant, que exhibió un manual de curas de socorro, haciendo observar que los síntomas que presentaba Prone eran exactamente los de la hemorragia, faltándole solamente los dos últimos: insensibilidad y muerte. Añadió que quedaba alguna esperanza; Prone descubrió entonces que se había hecho un corte en la oreja al afeitarse y que perdía lentamente su sangre. Después de haberla detenido aplicándose sobre la oreja un pedazo de hielo y haberse cuidado para responder a los efectos de la operación y curar su oreja helada, cayo enfermo de sarampión.


Cada uno de nosotros pasó su periodo de aclimatación según sus disposiciones naturales y las exigencias de su misión. Burley vigiló, tan bien como se lo permitía su estado, el desembalaje y el empaquetado de las provisiones; en sus mementos de mayor actividad tenía que huir de Wish, que insistía en someterlo, a él que era el más corpulento de toda la expedición, a una agotadora prueba titulada test de fatiga.


Wish estaba entregado a toda suerte de investigaciones. Se podía verle a cualquier hora del día cortando bloques de hielo con la pala o el pico y calentándolos para medir el punto de ebullición del hielo. Ofreció una recompensa de un chelín por cada espécimen de fauna local que se le llevara, y de tres chelines por cada ejemplo de transversión de Wharton; pero, a pesar del tiempo que nos pasamos registrando grietas y levantando piedras, ninguno de nosotros consiguió mejorar sensiblemente sus ingresos. Wish llevó su elección sobre mí, el miembro más ligero de la expedición, para someterme al test de la fatiga. Deseoso como estaba de animar todas las actividades de mis compañeros, puse de mi parte todo lo posible para satisfacer sus exigencias; pero pronto me encontré tan agotado, que no me quedaba ninguna energía para consagrar a los demás, lo que no dejaba de ser bastante injusto; pero nadie se quejó, lo que probó, una vez más, la buena moral que animaba a la expedición.


Shute aprovechó este paréntesis para proceder a minuciosas comprobaciones y ensayos de su material. Me filmó notablemente varias veces subiendo o bajando, corriendo la pendiente seleccionada por Wish para practicar allí su test de fatiga. Yo esperaba que estas secuencias no tendrían en el film, una vez montado este, un lugar tan importante.


Jungle tenía por misión poner a punto el material de radiotelefonía e iniciarnos en el uso del walkie-talkie. Siempre he tenido horror a estos pequeños aparatos eléctricos, y me alivió comprobar que aquellos eran de funcionamiento bastante simple y que la corriente que utilizaban era demasiado débil para resultar peligrosos. Pero si los aparatos eran simples, los métodos de conversación no lo eran tanto. En mi ignorancia, yo me imaginaba que nos llamaríamos como se hace cuando se telefonea. Pero esto es infinitamente más complicado. Lo primero es que no se llama a nadie por su verdadero nombre. Se recurre a designaciones en código. Jungle nos dio nuestros nombres en código, que se repartieron así:


Burley: Peso Muerto.

Wish: Inventor.

Shute: Pajarito.

Constant: Excelencia.

Prone: Enfermizo.

Yo mismo: Lazo de Unión.


El nombre de código de Jungle dio lugar a discusiones. El había encontrado el de Explorador; pero este mote, no sé por que, no encontró la aprobación de los otros miembros de la expedición. Shute, con una falta de tacto flagrante, propuso el nombre de Pierde-Nortes como mucho más apropiado. Terminamos por ponemos de acuerdo en el de Vagabundo, pero Jungle pareció haber quedado vejado.


Tuvimos que iniciarnos en el lenguaje. No se debe jamás, bajo ningún pretexto, expresarse de forma normal. No se puede decir "Sí", "No" o "Muy bien". En lugar de esto, se deben emplear expresiones tales como "Correcto", "De acuerdo", etc. Las dos se dicen mil cuatrocientas horas, y en cuanto a la medianoche, por no se sabe que oscura razón matemática, no se habla de ella. Dirigirse hacia el Este es "poner la proa cero-nueve-cero", y veinte mil pies se convierten en "veinte ángeles".


Había también todo un rito a observar para las llamadas y las respuestas. Nos estaba prohibido, en fin, utilizar nuestras voces normales; debíamos expresamos en una especie de melopea que haría difícil identificar la voz de cada uno.


Los más jóvenes de mis compañeros parecieron encontrar un inocente placer en este rito, pero yo debo convenir que lo encontré un poco desconcertante.


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